lunes, 5 de mayo de 2014

INSTITUCIONES DE CARIDAD HOSPITALARIA EN NUEVA ESPAÑA


DESDE 1519 A 1821



Patio principal original del siglo XVI del Hospital de Jesús


PRIMERA PARTE
Los hospitales de Hernán Cortés y el Hospital de Jesús

Unas palabras sobre el vocablo HOSPITAL

La palabra hospital deriva del latín hospitalis , que quiere decir afable y caritativo con la gente, especialmente con los miembros de la familia y los amigos.
La palabra hospital está ligada, igualmente, al vocablo hospitium, o sea hospicio: CASA DESTINADA A ALBERGAR POBRES, PEREGRINOS, INVÁLIDOS, VIEJOS O ENFERMOS. Sinónimo de origen latino es nosocomio que deriva del griego: nósos (enfermedad) y kómeo (cuidar).

EL CONCEPTO DE HOSPITAL

Las instituciones caritativas para con los necesitados y enfermos como las entendemos actualmente, tienen su origen el primeras comunidades de cristianos perseguidos por los gobiernos romanos del paganismo.
Hemos de recalcar que el concepto de Caridad para con el prójimo no lo tenía ninguno de los pueblos paganos anteriores al cristianismo. Ni aún el pueblo israelita las tenía; ellos decían que las enfermedades y las desgracias de los hijos eran el resultado de los pecados de sus padres o de los de sus antepasados. El ojo por ojo y diente por diente se aplicaba en la vida diaria de todos los pueblos antiguos.
Sin embargo, desde el alba de la Humanidad, ha habido curanderos, y por supuesto siempre ha habido curaciones individuales, cuando los brujos o sacerdotes de los diversos pueblos preparaban pócimas, muchas de ellas ciertamente efectivas, para sanar a los enfermos. El centro curativo de Epidauro en Grecia es ejemplo de lo que comentamos con su templo de Esculapio. Pero Instituciones de Beneficencia no las había.

El concepto de conmiseración y amor por el necesitado aparece con la Revelación de Nuestro Señor Jesucristo. Por esto, no podemos hablar de Instituciones hospitalarias anteriores al Cristianismo.
  

CON LA LLEGADA DE HERNÁN CORTÉS EN 1519 LLEGÓ, TAMBIÉN, LA CARIDAD CRISTIANA

Este hombre sui géneris, tan mal comprendido por la gran mayoría de los historiadores, llevó a cabo la conquista de los pueblos mesoamericanos, en nombre Dios y del rey de España.
Cuando Cortés arribó a los arenales de Veracruz el 21 de abril de 1519, los jefes de los aborígenes del Nuevo Mundo, quienes no hay que olvidar, eran paganos e idólatras, sintieron un temor indescriptible por cumplirse en esa fecha una antigua leyenda que indicaba el regreso del gran sacerdote Topiltzin, expulsado de Tollan por oponerse a los sacrificios humanos, y coincidía su anuncio con la aparición de los españoles.

Los pueblos indígenas, durante toda su historia, habían estado sometidos a religiones sangrientas y crueles, sin ninguna caridad para con los débiles, enfermos y ancianos. Estas élites despiadadas ofrecían a sus ídolos, diariamente, los corazones de multitud de niños y adolescentes, así como los de jóvenes prisioneros de las guerras.
A principios de nuestro siglo XVI, estos detentadores, ejercían su poder sobre unos tres millones de personas, en los territorios sureños de lo que actualmente es México. Y los gobernantes de Tenochtitlán habían esclavizado, en el corto tiempo de unas cinco generaciones, a innumerables tribus por medio del terror. Tal era la situación de las sociedades indígenas.
Fue contra este grupo dominante la guerra de Cortés y de sus capitanes, quienes con la espada en ristre y el crucifijo en su pecho, liberaron a los pueblos autóctonos, oprimidos que estaban sometidos a tributos insoportables.
Expuesto lo anterior, para hablar de Instituciones de Caridad en nuestro país, debemos referirnos sin duda a la presencia de Hernán Cortés, con él llegó la caridad cristiana a estas tierras.

LA OBRA HOSPITALARIA EN NUEVA ESPAÑA

Tan solo enumerar cada uno de los Hospitales que se construyeron durante los tres siglos que duró el gobierno de la Corona Española en Nueva España sería obra de mucho tiempo. Sin considerar, los hospitales que se erigieron y funcionaron en todo el Imperio Español a lo largo y ancho del mundo. La obra española de Caridad cristiana en su conjunto, fue inmensa y no igualada por nación alguna.
Sin la presencia española en las tierras descubiertas a partir del siglo XV, la Cristiandad habría quedado restringida a Europa, y el orbe, ayuno de caridad cristiana.

Pero, Dios escribe la historia a pesar de los desvíos del hombre, le señala los caminos por los que debe transitar aun cuando éste, se resista a Su Gracia.   El hombre es una asociación de materia y espíritu, de luces y sombras, de creación y destrucción; dotado de libre albedrío para escoger entre hacer el bien o hacer el mal para sí y sus semejantes.

LOS PRIMEROS HOSPITALES DE LA NUEVA ESPAÑA

EL HOSPITAL ITINERANTE DEL PADRE BARTOLOMÉ DE OLMEDO

Ya desde la salida de la Armada que en Cuba habían organizado Cortés y Diego Velázquez gobernador de la Isla, para poblar los territorios descubiertos en 1518 por Juan de Grijalva; venía una especie de Hospital itinerante a cargo del padre Bartolomé de Olmedo como capellán del ejército expedicionario. Traía a algunas mujeres españolas encargadas de ayudar a los soldados en las heridas que pudieren recibir en las posibles batallas con los indios.

Aunque no poseemos detalles de este Hospital trashumante, por su funcionamiento, es seguro que haya prestado servicios invaluables durante toda la Conquista y aún en los años siguientes, es decir: desde mediados de 1518 hasta la fundación del Hospital de Jesús Nazareno, poco antes de 1524.
Por la relación de los cronistas, especialmente de la Relación de Bernal Díaz del Castillo, y de las Cartas de Relación de Cortés sabemos de varias curaciones y servicios, tanto de médicos como de enfermeras improvisadas.

EL HOSPITAL DE HERNÁN CORTÉS

El primer hospital bien establecido en la Nueva España, es decir; el primer centro hospitalario a la manera moderna de la época y de todo el continente americano, fue el de LA LIMPIA Y PURA CONCEPCIÓN DE NUESTRA SEÑORA, fundado por Hernán Cortés, como acción de gracias al término de la Conquista de Meshico-Tenochtitlan. Lo concibió como una obra personal, destinando a su construcción y sostenimiento el producto de parte de sus bienes. En la cláusula Nº10 de su testamento, explica que los motivos de esta fundación eran: “El reconocimiento de las gracias y mercedes que Dios le había dado en el descubrimiento y conquista de la Nueva España, por caridad con sus acompañantes en las guerras y para descargo y satisfacción de cualquiera culpa o cargo que pudiera agraviar su conciencia, de que no se acordaba, para mandarlo satisfacer particularmente”..... (1)

El hospital de Jesús Nazareno ya funcionaba en 1524, según consta en las actas del Cabildo de la ciudad de México. En la primera época virreinal tuvo también el nombre de hospital del Marqués y luego el de Jesús Nazareno, que aún conserva, por la devoción que suscitó entre el pueblo, una imagen del Nazareno que donó a la Iglesia, la india cacique Petronila Jerónima. 

El terreno que hoy en día ocupa (año 2005), está considerablemente disminuido en relación al que ocupaba originalmente., cuando no existía la calle de 20 de noviembre y la de Pino Suárez era mucho más angosta. Tampoco existe ahora su huerta y fuentes de agua.
Aprovechando la apertura de la calle de 20 de Noviembre y la ampliación de Pino Suárez, construyeron a base de financiamientos, los tres grandes edificios de cinco pisos que enmarcan las instalaciones primitivas del siglo XVI. La parte antigua consta de dos patios porticados, unidos por una soberbia escalinata, en cuyo desemboque superior se han colocado los bustos de los médicos y benefactores: Pedro López, fray Bernardino Álvarez, Juan D. Correa, José María Luis Mora, Lucas Alamán, Gonzalo Castañeda, Benjamín Trillo, Gustavo Baz, Enrique González Martínez, Manuel Acuña y Elías Nandino, quienes hicieron importantes aportaciones a la institución, a la medicina y a la cultura a lo largo de la Historia.
En ese mismo lugar de honor pueden verse los frisos pictóricos del siglo XVI y un mural que representa el encuentro de Cortés con Moctezuma; obra esta, de manufactura reciente; finales del siglo XX.

UN POCO DE SU HISTORIA

El historiador don Carlos de Sigüenza y Góngora escribió, refiriéndose al Hospital:
“La disposición de la fábrica era una de las más insignes de que se ennoblecía la ciudad de México en el siglo XVI”.

El plano y la disposición del edificio fueron pensados por Cortés y dibujados por su “jumétrico (“geométrico”), don Pedro Vázquez.

Su disposición original es muy clara y lógica: Las salas de los enfermos formaban un crucero, reuniéndose como punto central en la Capilla, para que los enfermos pudiesen oír Misa con la debida separación.
Las habitaciones de capellanes, médicos y enfermeros, independientes entre sí, comunicándose fácilmente con la enfermería. La Iglesia separada del todo, solo tenía por el Hospital las entradas precisas para su servicio.

Los materiales que se emplearon en la construcción fueron de aglomerados de tezontle (piedra volcánica ligera) y morteros de cal en todos sus muros, y piedra de cantería tallada para adornar las entradas, dinteles y columnas de las arquerías de los patios. Una soberbia escalera toda en piedra de cantera tallada conduce a la segunda planta y desemboca en los corredores de ambos patios principales. Los techos y el entre piso lo constituyen hermosas vigas de cedro cortadas en los bosques de Tacubaya y Santa Fe.

Con el tiempo se han hecho varias modificaciones, tanto a la planta original como en sus muros y fachadas. En cuanto a la Iglesia aneja al Hospital que ocupa la esquina nororiental de la manzana, he de mencionar, que el Fundador Hernán Cortés, dejó prevenido en la octava cláusula de su testamento, que se acabase conforme a la muestra o maqueta de madera que tenía hecha el mismo arquitecto Pedro Vázquez, y que después de muerto éste en 1547, mismo año que Cortés, dejó encargado a un escultor para que se continuase su construcción de acuerdo al modelo mencionado.
La fábrica del Hospital tardó casi 100 años en terminarse y para levantar la nueva iglesia en la esquina nororiental que actualmente existe y que sustituyó a la capilla primitiva en el interior del mismo; se contrató al maestro cantero Alonso Pérez de Castañeda por 43 mil pesos oro, comprometiéndose a entregarla al cabo de seis años.
La obra se comenzó el 26 de noviembre de 1601 con un adelanto al constructor de 2388 pesos. Se levantó la llamada obra negra, pero, como todas las obras, no se pudo terminar en ese plazo, tardándose en terminarla casi otros cien años.

Desde la fundación precisa fundación del Hospital, en 1524, comenzó a dar servicio a los enfermos. Su primer administrador fue el padre mercedario Fray Bartolomé de Olmedo. “Lo cuidaba como su superior y vicario el buen padre fray Bartolomé de Olmedo, y avíale mismo recogido en el hospital todos los indios enfermos y los curaba con mucha caridad”, dice Bernal Díaz del Castillo en el capítulo 170 de su Historia Verdadera.
Lo confirma el padre fray Francisco Pareja en su “Crónica de la provincia de la Merced de Nueva España”.
Don Lucas Alamán en la pag. 76, Tomo II de sus “Disertaciones sobre la Historia de México” escribe refiriéndose al padre Olmedo: “La caridad y el celo de este ejemplar religioso, le granjearon de tal manera el respeto de todos, y en especial el amor de los indios, que cuando murió, a fines de 1524, le había llorado todo México, y le habían enterrado con gran pompa en Santiago (Tlatelolco), y que los indios habían estado sin comer bocado, todo el tiempo desde que murió, hasta que lo enterraron.”

El nosocomio, durante sus primeros años de servicio, llegó a atender 400 enfermos al año, excepto a los locos, a los atacados de bubas, sífilis o lepra. Estos últimos debieron ser numerosos, pues el propio Cortés los confinó hacia 1523 en el hospital de san Lázaro, situado en la Tlaxpana, el cual fue destruido en 1528 por Nuño de Guzmán debido a que, según parece, infectaba el agua que venía de Chapultepec.

Hacia fines de 1528, el primer obispo de la provincia de México: fray Juan de Zumárraga, se hizo cargo del Hospital del Marqués, así llamado en el título concedido a Cortés por el Emperador Carlos V.

Zumárraga había llegado a la ciudad de México sin ser consagrado, por lo que tuvo que volver a España en 1533 para el efecto. Es curioso relatar que el obispo Zumárraga llevaba asentado en sus libros contables los diezmos que percibía y las cosas, aún más menudas, en que los gastaba.
El historiador Alamán nos cuenta que en el folio Nº 146 del año de 1530 aparece lo siguiente: Cien pesos oro de ley perfecta; se dieron para curar los pobres del hospital de Nuestra Señora, y para el cirujano, como aparece por cédula que di a los oficiales de Su Majestad Villaroel y Soldevilla, diputados e mayordomos de la cofradía del dicho hospital”

Y esta otra partida del folio 114 del año 1531: “Una casulla de damasco blanco, con su cenefa romana de oro se dio al hospital de Nuestra Señora, en limosna; porque yo solía dar cien pesos a dicho hospital en cada un año, y este año no le he dado más de cincuenta, y quise dar la dicha casulla, por reverencia de Nuestra Señora en recompensa”

Es de hacer notar que los gastos del hospital se cubrían por Hernán Cortés de su propio dinero, pero que cuando tuvo que regresar a España entre 1528 y 1530, la Primera Audiencia que desgobernó la Nueva España presidida por Nuño de Guzmán, arrebató al conquistador todos sus bienes. Entonces el hospital quedó desamparado. Sin embargo, no faltaron personas caritativas que aportaron su dinero para evitar que se interrumpiera el servicio.

Don Lucas Alamán reflexiona en sus Disertaciones mencionadas: “Los sentimientos religiosos profundamente grabados entonces, en los corazones de todos, daban origen a estas obras expiatorias, que redundaban en tanto provecho de la humanidad, la cual en cambio de algunas calamidades pasajeras, disfrutaba grandes y permanentes beneficios.
La filosofía irreligiosa de nuestra época (1840) destruyendo o debilitando estos sentimientos, ha privado al desgraciado género humano hasta de estas compensaciones, y dejando en pie los males que se le causan, aunque con otros títulos y pretextos, le ha hecho carecer de estos bienes.”

Pero, en cuanto Cortés se repuso económicamente, explotando sus numerosas empresas agrícolas, ganaderas y mineras, el Hospital de la Limpia y Pura Concepción volvió a mejorar y a agrandar sus dependencias. Para 1540, cuando tuvo que volver a España, la obra caritativa funcionaba otra vez y se continuaba el proyecto original de su fundador. La atención quedó a cargo del administrador de sus bienes, su primo, el licenciado Juan Altamirano.
Hernán Cortés se había endeudado nuevamente, gastando grandes sumas en las exploraciones marítimas de la Mar del Sur, exploraciones que habían dado por resultado el descubrimiento de la península de California donde estuvo en peligro de perder la vida, y la comunicación con el Perú, recientemente descubierto. 

Además de sus gastos familiares, que eran muy altos, la construcción del palacio de Cuernavaca, la corte de parientes y criados a su servicio requería más dinero y su nueva familia que ya se componía de la marquesa y cuatro hijos más, consumían los ingresos de su mina taxqueña. Pero sus requerimientos a la Corte pidiendo se le restituyera el capital erogado en beneficio de la Corona, para seguir con sus empresas, no eran atendidas, por tanto, creyó necesario viajar personalmente a España. Esperando no estar ausente más de un año, se embarcó en compañía de su pequeño hijo Martín y de unos pocos amigos íntimos en enero de 1540.
La vida le tenía reservado otro destino: nunca volvería a ver, a su mujer ni a sus pequeñas hijas, ni al país por él fundado. Casi ocho años de estéril guerra, esta vez contra los leguleyos de la burocracia; erogando cuantiosas sumas prestadas por algunos parientes de la marquesa su mujer. Sintió que se le escapaba la honra y escribe tres cartas lastimosas al Emperador en 1542, 1543, 1544. (2)

La última carta encontrada, es la del de febrero de 1544 de la que es interesante transcribir un párrafo:
“Pensé que haber trabajado en la juventud me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a las veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y mi edad, todo en servicio de Dios, trayendo ovejas a Su corral muy remotas de nuestro Imperio, ignotas y no escritas en nuestras Escrituras, y acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos de muchas bárbaras naciones y gentes, ganados de mi propia persona y expensas, sin ser ayudado de cosa alguna, antes muy estorbado por nuestros muchos émulos y envidiosos que como sangüijuelas han reventado hartos de mi sangre.....”

“Véome viejo y pobre en este reino en mas de 20 mil ducados, sin mas de ciento otros que he gastado de lo que traje.... he sesenta años y anda en cinco que salí de mi casa, y no tengo mas que un hijo varón que me suceda, y aunque tengo la mujer moza para poder tener más, mi edad no sufre esperar mucho..... no tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme a aclarar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga, y poca vida para dar los descargos, y será mejor perder mi hacienda que el ánima........

Muerto el conquistador en 1547, dejó dispuesto que la obra del Hospital se continuara con el favor de su familia.

Primeramente se encargaron de esto sus mayordomos, luego los gobernadores del Estado del marquesado del Valle, pero durante 300 años los descendientes de Cortés nunca dejaron de aplicar al sostenimiento de la institución parte del producto de los bienes del marquesado del valle de Oaxaca, pero al consumarse la Independencia, por el acoso de que fueron víctimas, empezaron a vender algunas propiedades y cada vez fueron menores los recursos destinados a esa finalidad.

Los sucesores del mayorazgo, llamados patronos del hospital fueron los descendientes directos de Cortés. Primeramente su hijo don Martín el 2º Marqués, luego su nieto don Fernando 3erMarqués; le siguió su nieto menor don Pedro 4º Marqués. Este último vino a vivir a la ciudad de México, donde tuvo una hija. Aquí vivió hasta su muerte el 3 de enero de 1629 y quedó sepultado en la Iglesia del Convento de San Francisco.
Con don Pedro Cortés se extinguió la línea masculina, pasando el marquesado y el patronato del hospital a su hermana doña de Juana Cortés Ramírez de Arellano como 5ª Marquesa y luego a su sobrina Estefanía Carrillo como 6ª Marquesa.
El marquesado del Valle y el patronato del Hospital pasaron entonces por la descendencia femenina de esta señora, a los Duques de Monteleone, primero, y luego a los príncipes de Pignatelli, hasta que en 1932, con la muerte del último príncipe Pignatelli; la administración del presidente Lázaro Cárdenas expropió el patronato a favor de los directores mexicanos quienes, a continuación, tomaron posesión del mismo. El gobierno, a su vez, expropió a la fundación otros inmuebles, repartió las tierras de la hacienda del hospital, en el estado de Morelos, y dispuso que más de un millón de documentos de su acervo pasaran al Archivo General de la Nación.

En los últimos 73 años sus patronos han sido los médicos Benjamín Trillo (de 1932 a 1962), Gustavo Baz (1963-1976) y Julián Gascón Mercado (1962-1963 y desde 1976 por segunda vez hasta el día de hoy: año 2005), gracias a cuyo esfuerzo la institución ha crecido y prosperado.

En el Hospital de Jesús Nazareno o de la Limpia y Pura Concepción de María, ejercieron los primeros médicos de la ciudad: Pedro López, Cristóbal de Ojeda y Diego Pedraza.

IGLESIA DE JESÚS NAZARENO

En cuanto a la iglesia de Jesús Nazareno; sita en el ángulo noreste del conjunto hospitalario, se terminó de construir en 1665, sobre el lugar donde estaba una pequeña capilla que conmemoraba el encuentro de Cortés con Moctezuma, el de noviembre de 1519. 
Su fisonomía actual procede de las sucesivas renovaciones de 1662, 1770, 1800 y de 1945. La fachada poniente es barroca y la que mira al norte, neoclásica. De 1942 a 1944  el muralista ateo José Clemente Orozco pintó la bóveda y los muros del coro y la sección siguiente de la techumbre de la nave, con temas ajenos a la historia del Hospital, con representaciones de la divinidad y del demonio, y temas tan abstractos como el tiempo y la eternidad.

En el muro norte del presbiterio del templo, del lado de la Epístola se conservan los restos de Hernán Cortés, identificados y vueltos a inhumar en 1946. La otra capilla que tiene el hospital se llama de la Santa Escuela y fue asiento de una cofradía de negros. La sala donde se halla la dirección del establecimiento luce el artesonado, en madera, más rico que perdura en la capital, algunas pinturas virreinales de mérito y varios retratos de Cortés.

OTROS HOSPITALES

El Hospital Real de San José de los Naturales fue establecido por los franciscanos de la ciudad de México hacia 1531, aun cuando pronto debió ser abandonado, pues el 18 de mayo de 1553 el príncipe Felipe, que gobernaba en ausencia de Carlos V, dispuso su erección, ya que no había entonces en la capital sitio donde se curasen y albergasen los aborígenes. Se construyó en el barrio de San Juan y acabó llamándose hospital Real de los Naturales. Fue reparado y ampliado varias veces, llegando a constar de ocho salas, separando a los hombres de las mujeres y a los rabiosos y contagiosos. Su administración dependía directamente del Virrey y su operación estuvo a cargo de seglares, con el solo paréntesis de 1701 a 1741, en que la atención de los enfermos se confió infructuosamente a los Hermanos de San Hipólito. A fines del siglo XVIII recibía un promedio de 200 personas diarias. Desde 1641 se instaló en uno de sus patios el Coliseo o, Teatro de las Comedias, único en México, cuyos productos se aplicaban, junto con otros bienes, al sostenimiento del nosocomio.
El hospital fue asimismo un importante centro clínico: en 1576 ya se practicaban autopsias en 1639 el arzobispo Palafox y Mendoza dispuso que cada cuatro meses se hicieran prácticas de anatomía en cadáveres, y en 1768 se creó la cátedra y luego la Real Escuela de Cirugía. Al término de la Guerra de Independencia la situación del hospital era ya muy precaria y el 21 de febrero de 1822 fue suprimido. El edificio desapareció hacia 1931 al ampliarse San Juan de Letrán.


EL FRAILE BENEFACTOR BERNARDINO ÁLVAREZ

Bernardino Á1varez concibió el hospital de San Hipólito en 1566. Había sido éste un típico soldado aventurero que participó en la guerra contra los chichimecas. Luego a raíz de un duelo, prófugo de la justicia novohispana vivió durante 30 años en el Perú amasando una considerable fortuna.
 De regreso a Nueva España, vistió un sayal, sirvió a los enfermos en el hospital de la Limpia Concepción, fundado por Cortés, y se empeñó en crear una nueva casa para remediar la situación de los viejos, los locos, los atrasados mentales y los convalecientes pobres, la cual el arzobispo Montúfar dispuso que quedase bajo la advocación de San Hipólito.
 Bernardino Álvarez formó la congregación, sujeta a reglas, que en 1700 habría de convertirse en la Orden de los Hermanos de la Caridad, primera formada por mexicanos. El edificio original, construido de adobe, fue sustituido en 1777 por el que aún subsiste, mientras la iglesia, iniciada en 1602 en el lugar de la primitiva ermita, se concluyó, aunque sin retablos, en 1740. La institución se sostuvo con limosnas, donaciones, y con ayuda de los congregantes  marianos, vinculados a la Compañía de Jesús. En el siglo XVIII el hospital se había convertido exclusivamente en manicomio.

La red de establecimientos dependientes del Hospital de  San Hipólito fue también obra de Bernardino Álvarez:  el hospital de Santa Cruz de Oaxtepec, para incurables, cuya construcción se inició en 1569 y donde Gregorio López escribió su Tratado de la medicina; el hospital de Nuestra Señora de la Consolación, en Acapulco, bajo el patrocinio real a partir de 1598, para atender a la población local y a los marinos y soldados que viajaban por el Pacífico; el hospital de San Martín, en la isla de San Juan de Ulúa, creado en 1569 para cuidar a los enfermos que llegaban en las flotas, a los esclavos negros y a los soldados y forzados que vivían en el puerto; el hospital de Pobres o de la Caridad, en Veracruz, que en 1614 se fusionó con el anterior para formar, en un nuevo edificio, el de San Juan de Montesclaros, al que pagaban cuota la Armada de Barlovento, las flotas, los mercantes y el ejército, mediante un sistema precursor del seguro social; y los hospitales de la Limpia y Pura Concepción, de Nuestra Señora de Belén y de San Roque, situados sucesivamente en Jalapa, Perote y Puebla, como estaciones en el camino de Veracruz a México.

A fines del siglo XVIII todas estas fundaciones empezaron a decaer y desaparecieron en los primeros años de la vida independiente. Los hipólitos tuvieron también la administración de los hospitales de Nuestra Señora de Loreto, en Veracruz; Nuestra Señora de la Concepción, en Querétaro; San Cosme y San Damián, en Oaxaca; Espíritu Santo, en México, y el Real de Guatemala. En 1612 recibieron el hospital del Espíritu Santo y el de Nuestra Señora de los Remedios, que Alonso Rodríguez del Vado y su esposa Ana de Saldívar instituyeron para el cuidado de los enfermos españoles y cuyo edificio estuvo en el predio que hoy ocupa el Casino Español, en la ciudad de México. Administraron, asimismo, el de Nuestra Señora de Loreto, creado en el puerto de Veracruz por el médico dálmata Pedro Ronson, que aplicó a ese propósito la mayor parte de su fortuna. Empezó a funcionar en 1648 y llegó a especializarse en la atención de mujeres sifilíticas y tuberculosas.

EL DOCTOR PEDRO LÓPEZ

El doctor Pedro L6pez, segundo de ese nombre, promovió el hospital Real de San Lázaro, para cubrir la omisión del que destruyó Guzmán en 1528. En cuanto empezó a funcionar en 1572, extramuros al oriente de la ciudad de México, todos los leprosos fueron ahí recluidos, y sus bienes aplicados al sostenimiento de la institución. Como era el único de esta especialidad en toda la Nueva España, acudieron a él enfermos de todo el país. Los sucesores del fundador administraron el patronato hasta principios del siglo xvm, en que lo tomaron a su cargo los Hermanos de San Juan de Dios, a quienes ayudó con largueza Buenaventura de Medina Picazo. Con esos fondos se construyeron grandes salones, patios y estanques. Hacia 1774 empezó la decadencia de los servicios, por la relajación de la Orden, y en 1784 los frailes fueron separados. El hospital quedó bajo el amparo del rey y tomó el título de Real. La situación mejoró y llegaron a recibirse 120 leprosos en un año. En 1815 volvieron los juaninos y en 1820, en virtud de un decreto de la Corte, el Ayuntamiento asumió la operación del leprosario. Éste tuvo una existencia cada vez más precaria; en 1857 se desamortizaron sus bienes por sus leyes liberales anticatólicas de Benito Juárez y en 1862 fue clausurado.
El doctor  Pedro López fundó también, en 1582, el hospital Real de la Epifanía o de Nuestra Señora de los Desamparados, para auxiliar a los negros, mulatos y mestizos enfermos que deambulaban por la capital, y a los niños que resultaban de las uniones ilegítimas de españoles e indias. El patronato lo formaron los miembros de la nobleza, y funcionó con estas características hasta 1604, fecha en que fue entregado a los juaninos.



DON VASCO DE QUIROGA Y SU INFLUENCIA.

 Durante el siglo XVI se le atribuyeron a los hospitales dos connotaciones: una moderna, como establecimientos dedicados exclusivamente a la curación de los en­fermos, según lo entendió Cortés; y otra medieval, como instituciones para recoger a los huérfanos, hospedar a los peregrinos, albergar a los desvali­dos y cuidar adicionalmente de la salud del pueblo. Vasco de Quiroga, miembro de la Segunda Audiencia, extendió aún más el segundo concepto y con­cibió los hospitales-pueblo, es decir, congregacio­nes de indígenas fundadas en el conocimiento y la práctica del cristianismo, el trabajo colectivo y la vida comunal, y cuyo funcionamiento comprendía todos aquellos servicios. Previas las autorizacio­nes del caso, en 1532 fundó el hospital de Santa Fe de México, en las afueras de la capital, y en 1534 el hospital Real de Santa Fe de Tzintzuntzan. Con el primero, quiso dar "una buena conversión" a los naturales de México, agraviados durante su conquista, y con el segundo, mitigar los sufrimientos de los tarascos, violentamente sometidos por Nuño de Guzmán  en San Juan Zitácuaro, San Felipe, Santa Isabel. Ambas instituciones tuvieron iglesia, San Mateo, San Bartolomé y San Francisco; en colegio, casa de cuna, habitaciones, templo y en- Santiago Tuxpan, San Marcos Turundeo y Santa fermería, bajo la dirección de un rector -presbítero; en San Lorenzo Turéndaro, y por el principal y los regidores. San Matías Cataragua, San Luis Gurampeo, San Bar­eran, indígenas electos por los padres de familia. Bartolomé Cuitareo, San Pedro Cataracuaro. La enfermería ocupaba el edificio más grande, con una sala especial para los enfermos contagiosos, y Taximaroa; San Bautista Maravatío y San Pedro estaba atendida por un médico, un cirujano y un enfermero; en Santa Marta, Guanaxo, Tupátaro había además: boticario.
Todos ellos eran asalariados por los miembros de la comunidad del curato de Pátzcuaro; don Vasco de Quiroga dotó a todos estos establecimientos con sus propias rentas y con los privilegios pontificios. Para San Salvador Atécuaro y San Francisco Etácuaro, con mercedes reales que pudo conseguir, llegando a en la región de Tiripetío; en Maravatío el Grande y Paracho a tener molinos de papel, telares, tierras y ganados. 

En 1537 don Vasco fue nombrado obispo de Michoacán, creando también el obispado de Michoacán, con sede en Tzin­choacán. Otras fundaciones semejantes fueron las de Tzintzuntzan y después en Pátzcuaro. Dividió la admi­nistración religiosa del extenso territorio de su diócesis, en doctrinas de las sierras y hospitales menos ambiciosos, aunque más eficaces, doctrinas de la tierra caliente, las primeras fueron el centro de la vida de los franciscanos y las segundas a los agustinos.

 Los franciscanos establecieron originalmente, nuevas instituciones que se fueron creando. Este tipo de instituciones fueron los hospitales de Acámbaro (1532), Jiquilpan  para enfermos y a los indios peregrinos, por fray Alonso de Molina, en las cuales se otro para el Ayuntamiento y el tercero para los indicaba que debía darse preferencia a la medicina convencional, distinguiendo entre sabios curanderos y brujos.



FUNDACIONES DE LOS SIGLOS XVI, XVII Y XVIII EN LAS PROVINCIAS.

Hacia 1544 el Cabildo eclesiástico de Puebla, muerto ya el obispo fray Julián Garcés, hizo la fundación del hospital de San Pedro, que estuvo desde un principio bajo los auspicios del Real Patronato, aunque administrado por la diócesis. Cien años más tarde el obispo Juan de Palafox y Mendoza lo unió al antiguo de San Juan de Letrán, erigido por el Ayuntamiento hacia 1535 y destinado exclusivamente a mujeres. A fines del siglo XVIII empezó a reconstruirse el edificio, obra que culminó en 1794 el rector de la institución Ignacio Domenech. Éste introdujo el servicio de visitadores sociales, la maternidad, la casa de cuna y el orfelinato; y creó el anfiteatro de anatomía, la Academia de Medicina, Anatomía y Farmacia, y la cátedra del arte de partear. Atendía, salvo el caso de epidemias, un promedio anual de 6 mil enfermos. Siguió funcionando durante la época independiente y fue clausurado en 1917.
A fines del siglo XVI, el obispo fray Domingo de Alzola erigió en Guadalajara el hospital Real de San Miguel de Belén, cuando ya era insuficiente el primitivo de la Santa Veracruz. Recibía toda clase de enfermos. A principios del siglo XVIII estaba atendido sólo por esclavos negros y sus servicios eran muy deficientes. A instancias de la Audiencia, en 1704 lo tomaron a su cargo los hermanos de la Orden hospitalaria de Nuestra Señora de Belén. Éstos aumentaron la capacidad a 45 camas e hicieron la sala de cirugía para mujeres. A fines del siglo XVIII el obispo fray Antonio Alcalde construyó el actual edificio, suficiente para mil enfermos, el cual subsiste aún como sede del hospital civil. 

En 1585 el gobernador indio Diego de Tapia erigió en Querétaro el hospital que en 1622 pasó a depender del rey con el nombre de San José de Gracia. Dos años después la administración se dio a los hipólitos, quienes lo reedificaron y colocaron en su iglesia una imagen de la Inmaculada Concepción, de donde le vino su segundo nombre. Al ocurrir la Independencia lo tomó a su cargo el gobierno civil y en 1863 fue trasladado al ex convento de Santa Rosa.
En Guayangareo (actual Morelia) se fundó, a su vez, hacia 1584, el hospital Real del Nombre de Jesús, a iniciativa del obispo fray Juan de Medina Rincón y de la Vega. Primero fue dirigido por seglares, después por los agustinos y, a partir de 1704, por los juaninos, cuando ya el obispo Juan de Ortega y Montañez había cedido a la institución su espléndido palacio. Se llamó entonces hospital de San José, aun cuando el pueblo lo conocía por San Juan de Dios. Llegó a prestar atención a 150 personas diarias.
Otros hospitales de los primeros tiempos del Virreinato fueron: el de la Encarnación, en Tlaxcala, creado por los indios en 1537; el de Nuestra Señora de Bethlen, en Perote, obra del obispo fray Julián Garcés, hacia 1535; el de Nuestra Señora de los Remedios, en Campeche, promovido por los vecinos hacia 1541 para atender a los marinos y viajeros; el de San Sebastián, en Chiautla, fundado por los indígenas en 1553; el de la Santa Veracruz, en Guadalajara, organizado por los pobladores primitivos de la ciudad en 1557; y el Real de Nuestra Señora del Rosario, en Mérida, inaugurado en 1562 y cuya construcción corrió por cuenta de la ciudad.

LOS HERMANOS DE SAN JUAN

Los Hermanos de San Juan de Dios vinieron a la Nueva España a principios del siglo XVII, a soli­citud del virrey Juan de Mendoza Luna, marqués de Montesclaros. Constituyeron la provincia del Espíritu Santo, que comprendía Nueva España, Nueva Galicia, Guatemala, Nicaragua, Yucatán, Filipinas y las islas de Barlovento, con sede en la ciudad de México, único sitio donde fundaron con­vento, pues en los demás donde trabajaron lo hicie­ron sólo para curar a los enfermos. Los hospitales que atendieron fueron de tres tipos: los dotados por la Real Hacienda, los fundados por ciudades o parti­culares que después obtuvieron el auxilio de la Co­rona, y los de esta clase que no solicitaron ayudas oficiales.
La primera institución que recibieron los Hermanos Juaninos fue el hospital de Nuestra Señora de los Desampara­dos, en 1604, que con la ayuda económica de Francisco Sáenz convirtieron en el de San Juan de Dios, con amplias instalaciones para hombres y mujeres, y magnífica iglesia, unas y otra reconstruidas a principios del siglo XVIII gracias a los esfuerzos del visitador fray Francisco de Barradas. El edificio se incendió el 1º de marzo de 1776, pero fue pronto reparado. La institución se mantuvo con limosnas y donaciones. A fines del siglo XVIII, 56 religio­sos y novicios atendían a 3 900 enfermos al año. En 1820, al suprimirse las órdenes hospitalarias, se instalaron en él las monjas de la Enseñanza de Indias; fue después nosocomio de las hermanas de la Caridad y en 1865 el Imperio lo destinó a las mujeres públicas, hasta que en 1968 se alojó ahí una exposición permanente de artesanías.

La expansión de los juaninos fue de la mayor importancia. Sucesivamente se fueron haciendo cargo de los siguientes hospitales en las ciudades y fechas que se indican: de la Purísima Concepción, en Colima (1605); de Nuestra Señora de la Veracruz o San Juan Bautista, en Zacatecas (hacia 1610); de la Santa Veracruz o Real de San Cosme y San Damián, en Durango (1610); Real de Nuestra Señora de la Concepción, en Orizaba (hacia 1619); de San Juan de Dios, en San Juan del Río (1661); del mismo nombre, en Mazapil (hacia 1671); de San José o San Juan de Dios, en Aguascalientes (1686); de la Limpia Concepción o San Juan de Dios, en Parral (1687); de Nuestra Señora de Guadalupe, en Toluca (1695); de Santa Catarina Mártir o San Juan de Dios, en Oaxaca (1702); de Nuestra Señora de la Caridad, en San Cristóbal las Casas (1712); de Nuestra Señora de Guadalupe, en Pachuca (1725); de San Juan de Dios, en Tehuacán (1744), y de Nuestra Señora de los Dolores, en Izúcar (1748).

Texto sintético obtenido de una conferencia preparada por Luis G. Pérez de León Rivero de la Academia de Hernán Cortés, en el Real Club España de la ciudad de México en el año de 2002, para su difusión en diversos grupos culturales.

REFLEXIONES:

Con este repaso sintético de la Obra Hospitalaria en los 300 años de la Nueva España, podemos ver claramente la gran cantidad de obras caritativas que trajo a estas tierras el Cristianismo y la Iglesia Católica, siempre apoyados por la Corona Española y por todas las clases sociales del Imperio Español. Tanto la Historia, como la extensa obra arquitectónica de los edificios que todavía existen actualmente a lo largo y ancho de México y en toda Hispanoamérica, desmienten de manera clara y contundente, a la Leyenda Negra anticatólica y antihispana, de los escritores extranjeros protestantes, comunistas y ateos, que a lo largo de 500 años, llenos de mala fe, de ignorancia de los hechos, y con odio reconcentrado han gastado su tiempo y talento en denigrar el Descubrimiento y la Conquista española del siglo XVI. 


 LUIS OZDEN

  
CITAS Y MAYOR INFORMACIÓN

(1) Testamento de Hernán Cortés. Descubierto y anotado por el P. Mariano Cuevas, S.J. Imprenta del Asilo Patricio Sanz. México 1925.

(2) Documentos Cortesianos Tomo IV, Ed. José Luis Martínez, UNAM, F.C.E. 1990.

BIBLIOGRAFÍA
  
“Disertaciones sobre la Historia de México”, Lucas  Alamán Escalada, Tomos I y II. Ed. Jus,  México 1985.

“Enciclopedia de México”, SEP. Tomo VII, Ed. México 1987.

“Hernán Cortés”, José Luis Martínez, UNAM. 1990.

“Historia de una Obra Pía”, Ma. Elena Sodi de Pallares, México, Ed. Botas, 1956.


“VERDADERA Historia de la Conquista de la Nueva España”, Bernal Díaz del Castillo. Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”, Madrid 1982.

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