DESDE 1519 A 1821
Patio principal
original del siglo XVI del Hospital de Jesús
PRIMERA PARTE
Los hospitales de
Hernán Cortés y el Hospital de Jesús
Unas palabras sobre el vocablo HOSPITAL
La palabra
hospital deriva del latín hospitalis , que quiere decir afable
y caritativo con la gente, especialmente con los miembros de la familia y los
amigos.
La palabra hospital está ligada,
igualmente, al vocablo hospitium, o sea hospicio: CASA
DESTINADA A ALBERGAR POBRES, PEREGRINOS, INVÁLIDOS, VIEJOS O ENFERMOS. Sinónimo
de origen latino es nosocomio que deriva del griego: nósos (enfermedad) y
kómeo (cuidar).
EL CONCEPTO DE HOSPITAL
Las instituciones
caritativas para con los necesitados y enfermos como las entendemos
actualmente, tienen su origen el primeras comunidades de cristianos perseguidos
por los gobiernos romanos del paganismo.
Hemos de recalcar
que el concepto de Caridad para con el prójimo no lo tenía
ninguno de los pueblos paganos anteriores al cristianismo. Ni aún el pueblo
israelita las tenía; ellos decían que las enfermedades y las desgracias de los
hijos eran el resultado de los pecados de sus padres o de los de sus
antepasados. El ojo por ojo y diente por diente se
aplicaba en la vida diaria de todos los pueblos antiguos.
Sin embargo, desde
el alba de la Humanidad, ha habido curanderos, y por supuesto siempre ha habido
curaciones individuales, cuando los brujos o sacerdotes de los diversos pueblos
preparaban pócimas, muchas de ellas ciertamente efectivas, para sanar a los
enfermos. El centro curativo de Epidauro en Grecia es ejemplo de lo que
comentamos con su templo de Esculapio. Pero Instituciones de Beneficencia no las
había.
El concepto de
conmiseración y amor por el necesitado aparece con la Revelación de Nuestro
Señor Jesucristo. Por esto, no podemos hablar de Instituciones
hospitalarias anteriores al Cristianismo.
CON LA LLEGADA DE HERNÁN CORTÉS EN 1519 LLEGÓ, TAMBIÉN, LA CARIDAD
CRISTIANA
Este hombre sui
géneris, tan mal comprendido por la gran mayoría de los historiadores, llevó a
cabo la conquista de los pueblos mesoamericanos, en nombre Dios y del rey de
España.
Cuando Cortés
arribó a los arenales de Veracruz el 21 de abril de 1519, los jefes de los
aborígenes del Nuevo Mundo, quienes no hay que olvidar, eran paganos e
idólatras, sintieron un temor indescriptible por cumplirse en esa fecha una
antigua leyenda que indicaba el regreso del gran sacerdote Topiltzin, expulsado
de Tollan por oponerse a los sacrificios humanos, y coincidía su anuncio con la
aparición de los españoles.
Los pueblos
indígenas, durante toda su historia, habían estado sometidos a religiones
sangrientas y crueles, sin ninguna caridad para con los débiles, enfermos y
ancianos. Estas élites despiadadas ofrecían a sus ídolos, diariamente, los
corazones de multitud de niños y adolescentes, así como los de jóvenes
prisioneros de las guerras.
A principios de
nuestro siglo XVI, estos detentadores, ejercían su poder sobre unos tres
millones de personas, en los territorios sureños de lo que actualmente es
México. Y los gobernantes de Tenochtitlán habían esclavizado, en el corto
tiempo de unas cinco generaciones, a innumerables tribus por medio del terror. Tal
era la situación de las sociedades indígenas.
Fue contra este
grupo dominante la guerra de Cortés y de sus capitanes, quienes con la espada
en ristre y el crucifijo en su pecho, liberaron a los pueblos autóctonos,
oprimidos que estaban sometidos a tributos insoportables.
Expuesto lo
anterior, para hablar de Instituciones de Caridad en nuestro
país, debemos referirnos sin duda a la presencia de Hernán Cortés, con
él llegó la caridad cristiana a estas tierras.
LA OBRA HOSPITALARIA EN NUEVA ESPAÑA
Tan solo enumerar
cada uno de los Hospitales que se construyeron durante los tres siglos que duró
el gobierno de la Corona Española en Nueva España sería obra de mucho tiempo.
Sin considerar, los hospitales que se erigieron y funcionaron en todo el
Imperio Español a lo largo y ancho del mundo. La obra española de Caridad
cristiana en su conjunto, fue inmensa y no igualada por nación alguna.
Sin la presencia
española en las tierras descubiertas a partir del siglo XV, la Cristiandad
habría quedado restringida a Europa, y el orbe, ayuno de caridad cristiana.
Pero, Dios escribe
la historia a pesar de los desvíos del hombre, le señala los caminos por los
que debe transitar aun cuando éste, se resista a Su Gracia. El
hombre es una asociación de materia y espíritu, de luces y sombras, de creación
y destrucción; dotado de libre albedrío para escoger entre hacer el bien o
hacer el mal para sí y sus semejantes.
LOS PRIMEROS HOSPITALES DE LA NUEVA ESPAÑA
EL HOSPITAL
ITINERANTE DEL PADRE BARTOLOMÉ DE OLMEDO
Ya desde la salida
de la Armada que en Cuba habían organizado Cortés y Diego Velázquez gobernador
de la Isla, para poblar los territorios descubiertos en 1518 por Juan de
Grijalva; venía una especie de Hospital itinerante a cargo del padre Bartolomé
de Olmedo como capellán del ejército expedicionario. Traía a algunas mujeres
españolas encargadas de ayudar a los soldados en las heridas que pudieren
recibir en las posibles batallas con los indios.
Aunque no poseemos
detalles de este Hospital trashumante, por su funcionamiento, es seguro que
haya prestado servicios invaluables durante toda la Conquista y aún en los años
siguientes, es decir: desde mediados de 1518 hasta la fundación del Hospital de
Jesús Nazareno, poco antes de 1524.
Por la relación de
los cronistas, especialmente de la Relación de Bernal Díaz del Castillo, y de
las Cartas de Relación de Cortés sabemos de varias curaciones y servicios,
tanto de médicos como de enfermeras improvisadas.
EL HOSPITAL DE HERNÁN CORTÉS
El primer hospital
bien establecido en la Nueva España, es decir; el primer centro hospitalario a
la manera moderna de la época y de todo el continente americano, fue el de LA
LIMPIA Y PURA CONCEPCIÓN DE NUESTRA SEÑORA, fundado por Hernán Cortés, como
acción de gracias al término de la Conquista de Meshico-Tenochtitlan. Lo
concibió como una obra personal, destinando a su construcción y sostenimiento
el producto de parte de sus bienes. En la cláusula Nº10 de su testamento,
explica que los motivos de esta fundación eran: “El reconocimiento de las
gracias y mercedes que Dios le había dado en el descubrimiento y conquista de
la Nueva España, por caridad con sus acompañantes en las
guerras y para descargo y satisfacción de cualquiera culpa o cargo que pudiera
agraviar su conciencia, de que no se acordaba, para mandarlo satisfacer
particularmente”..... (1)
El hospital de
Jesús Nazareno ya funcionaba en 1524, según consta en las actas del Cabildo de
la ciudad de México. En la primera época virreinal tuvo también el nombre de
hospital del Marqués y luego el de Jesús Nazareno, que aún conserva, por la
devoción que suscitó entre el pueblo, una imagen del Nazareno que donó a la
Iglesia, la india cacique Petronila Jerónima.
El terreno que hoy
en día ocupa (año 2005), está considerablemente disminuido en relación al que
ocupaba originalmente., cuando no existía la calle de 20 de noviembre y la de
Pino Suárez era mucho más angosta. Tampoco existe ahora su huerta y fuentes de
agua.
Aprovechando la
apertura de la calle de 20 de Noviembre y la ampliación de Pino Suárez,
construyeron a base de financiamientos, los tres grandes edificios de cinco
pisos que enmarcan las instalaciones primitivas del siglo XVI. La parte antigua
consta de dos patios porticados, unidos por una soberbia escalinata, en cuyo
desemboque superior se han colocado los bustos de los médicos y benefactores:
Pedro López, fray Bernardino Álvarez, Juan D. Correa, José María Luis Mora,
Lucas Alamán, Gonzalo Castañeda, Benjamín Trillo, Gustavo Baz, Enrique González
Martínez, Manuel Acuña y Elías Nandino, quienes hicieron importantes
aportaciones a la institución, a la medicina y a la cultura a lo largo de la
Historia.
En ese mismo lugar
de honor pueden verse los frisos pictóricos del siglo XVI y un mural que
representa el encuentro de Cortés con Moctezuma; obra esta, de manufactura
reciente; finales del siglo XX.
UN POCO DE SU HISTORIA
El historiador don
Carlos de Sigüenza y Góngora escribió, refiriéndose al Hospital:
“La disposición de
la fábrica era una de las más insignes de que se ennoblecía la ciudad de México
en el siglo XVI”.
El plano y la
disposición del edificio fueron pensados por Cortés y dibujados por su “jumétrico” (“geométrico”), don Pedro
Vázquez.
Su disposición
original es muy clara y lógica: Las salas de los enfermos formaban un crucero,
reuniéndose como punto central en la Capilla, para que los enfermos pudiesen
oír Misa con la debida separación.
Las habitaciones
de capellanes, médicos y enfermeros, independientes entre sí, comunicándose
fácilmente con la enfermería. La Iglesia separada del todo, solo tenía por el
Hospital las entradas precisas para su servicio.
Los materiales que
se emplearon en la construcción fueron de aglomerados de tezontle (piedra
volcánica ligera) y morteros de cal en todos sus muros, y piedra de cantería
tallada para adornar las entradas, dinteles y columnas de las arquerías de los
patios. Una soberbia escalera toda en piedra de cantera tallada conduce a la
segunda planta y desemboca en los corredores de ambos patios principales. Los
techos y el entre piso lo constituyen hermosas vigas de cedro cortadas en los
bosques de Tacubaya y Santa Fe.
Con el tiempo se
han hecho varias modificaciones, tanto a la planta original como en sus muros y
fachadas. En cuanto a la Iglesia aneja al Hospital que ocupa la esquina
nororiental de la manzana, he de mencionar, que el Fundador Hernán Cortés, dejó
prevenido en la octava cláusula de su testamento, que se acabase
conforme a la muestra o maqueta de madera que tenía hecha el mismo arquitecto
Pedro Vázquez, y que después de muerto éste en 1547, mismo año que Cortés, dejó
encargado a un escultor para que se continuase su construcción de acuerdo al
modelo mencionado.
La fábrica del
Hospital tardó casi 100 años en terminarse y para levantar la nueva iglesia en
la esquina nororiental que actualmente existe y que sustituyó a la capilla
primitiva en el interior del mismo; se contrató al maestro cantero Alonso Pérez
de Castañeda por 43 mil pesos oro, comprometiéndose a entregarla al cabo de
seis años.
La obra se comenzó
el 26 de noviembre de 1601 con un adelanto al constructor de 2388 pesos. Se
levantó la llamada obra negra, pero, como todas las obras, no se pudo terminar
en ese plazo, tardándose en terminarla casi otros cien años.
Desde la fundación
precisa fundación del Hospital, en 1524, comenzó a dar servicio a los enfermos.
Su primer administrador fue el padre mercedario Fray Bartolomé de Olmedo. “Lo
cuidaba como su superior y vicario el buen padre fray Bartolomé de Olmedo, y
avíale mismo recogido en el hospital todos los indios enfermos y los curaba con
mucha caridad”, dice Bernal Díaz del Castillo en el capítulo 170 de su
Historia Verdadera.
Lo confirma el
padre fray Francisco Pareja en su “Crónica de la provincia de la Merced de
Nueva España”.
Don Lucas Alamán
en la pag. 76, Tomo II de sus “Disertaciones sobre la Historia de México”
escribe refiriéndose al padre Olmedo: “La caridad y el celo de este
ejemplar religioso, le granjearon de tal manera el respeto de todos, y en
especial el amor de los indios, que cuando murió, a fines de 1524, le había
llorado todo México, y le habían enterrado con gran pompa en Santiago
(Tlatelolco), y que los indios habían estado sin comer bocado, todo el tiempo
desde que murió, hasta que lo enterraron.”
El nosocomio,
durante sus primeros años de servicio, llegó a atender 400 enfermos al año,
excepto a los locos, a los atacados de bubas, sífilis o lepra. Estos últimos
debieron ser numerosos, pues el propio Cortés los confinó
hacia 1523 en el hospital de san Lázaro, situado en la Tlaxpana, el cual fue
destruido en 1528 por Nuño de Guzmán debido a que, según parece, infectaba el
agua que venía de Chapultepec.
Hacia fines de
1528, el primer obispo de la provincia de México: fray Juan de Zumárraga, se
hizo cargo del Hospital del Marqués, así llamado en el título concedido a
Cortés por el Emperador Carlos V.
Zumárraga había
llegado a la ciudad de México sin ser consagrado, por lo que tuvo que volver a
España en 1533 para el efecto. Es curioso relatar que el obispo Zumárraga
llevaba asentado en sus libros contables los diezmos que percibía y las cosas,
aún más menudas, en que los gastaba.
El historiador
Alamán nos cuenta que en el folio Nº 146 del año de 1530 aparece lo
siguiente: Cien pesos oro de ley perfecta; se dieron para curar los
pobres del hospital de Nuestra Señora, y para el cirujano, como aparece por
cédula que di a los oficiales de Su Majestad Villaroel y Soldevilla, diputados
e mayordomos de la cofradía del dicho hospital”
Y esta otra
partida del folio 114 del año 1531: “Una casulla de damasco blanco, con
su cenefa romana de oro se dio al hospital de Nuestra Señora, en limosna;
porque yo solía dar cien pesos a dicho hospital en cada un año, y este año no
le he dado más de cincuenta, y quise dar la dicha casulla, por reverencia de
Nuestra Señora en recompensa”
Es de hacer notar
que los gastos del hospital se cubrían por Hernán Cortés de su propio dinero,
pero que cuando tuvo que regresar a España entre 1528 y 1530, la Primera
Audiencia que desgobernó la Nueva España presidida por Nuño de Guzmán, arrebató
al conquistador todos sus bienes. Entonces el hospital quedó desamparado. Sin
embargo, no faltaron personas caritativas que aportaron su dinero para evitar
que se interrumpiera el servicio.
Don Lucas Alamán
reflexiona en sus Disertaciones mencionadas: “Los sentimientos religiosos
profundamente grabados entonces, en los corazones de todos, daban origen a
estas obras expiatorias, que redundaban en tanto provecho de la humanidad, la
cual en cambio de algunas calamidades pasajeras, disfrutaba grandes y
permanentes beneficios.
La filosofía
irreligiosa de nuestra época (1840) destruyendo o debilitando estos
sentimientos, ha privado al desgraciado género humano hasta de estas compensaciones,
y dejando en pie los males que se le causan, aunque con otros títulos y
pretextos, le ha hecho carecer de estos bienes.”
Pero, en cuanto
Cortés se repuso económicamente, explotando sus numerosas empresas agrícolas,
ganaderas y mineras, el Hospital de la Limpia y Pura Concepción volvió
a mejorar y a agrandar sus dependencias. Para 1540, cuando tuvo que volver a
España, la obra caritativa funcionaba otra vez y se continuaba el proyecto
original de su fundador. La atención quedó a cargo del administrador de sus
bienes, su primo, el licenciado Juan Altamirano.
Hernán Cortés se
había endeudado nuevamente, gastando grandes sumas en las exploraciones
marítimas de la Mar del Sur, exploraciones que habían dado por resultado el
descubrimiento de la península de California donde estuvo en peligro
de perder la vida, y la comunicación con el Perú, recientemente
descubierto.
Además de sus
gastos familiares, que eran muy altos, la construcción del palacio de
Cuernavaca, la corte de parientes y criados a su servicio requería más dinero y
su nueva familia que ya se componía de la marquesa y cuatro hijos más,
consumían los ingresos de su mina taxqueña. Pero sus requerimientos
a la Corte pidiendo se le restituyera el capital erogado en beneficio de la
Corona, para seguir con sus empresas, no eran atendidas, por tanto, creyó
necesario viajar personalmente a España. Esperando no estar ausente más de un
año, se embarcó en compañía de su pequeño hijo Martín y de unos pocos amigos
íntimos en enero de 1540.
La vida le tenía
reservado otro destino: nunca volvería a ver, a su mujer ni a sus pequeñas
hijas, ni al país por él fundado. Casi ocho
años de estéril guerra, esta vez contra los leguleyos de la burocracia;
erogando cuantiosas sumas prestadas por algunos parientes de la marquesa su
mujer. Sintió que se le escapaba la honra y escribe tres cartas lastimosas al
Emperador en 1542, 1543, 1544. (2)
La última carta
encontrada, es la del de febrero de 1544 de la que es interesante transcribir
un párrafo:
“Pensé que haber
trabajado en la juventud me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso,
y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a las veces
ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar
mi hacienda y mi edad, todo en servicio de Dios, trayendo ovejas a Su corral
muy remotas de nuestro Imperio, ignotas y no escritas en nuestras Escrituras, y
acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y
trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos de
muchas bárbaras naciones y gentes, ganados de mi propia persona y expensas, sin
ser ayudado de cosa alguna, antes muy estorbado por nuestros muchos émulos y
envidiosos que como sangüijuelas han reventado hartos de mi sangre.....”
“Véome viejo y
pobre en este reino en mas de 20 mil ducados, sin mas de ciento otros que he
gastado de lo que traje.... he sesenta años y anda en cinco que salí de mi
casa, y no tengo mas que un hijo varón que me suceda, y aunque tengo la mujer
moza para poder tener más, mi edad no sufre esperar mucho..... no tengo ya edad
para andar por mesones, sino para recogerme a aclarar mi cuenta con Dios, pues
la tengo larga, y poca vida para dar los descargos, y será mejor perder
mi hacienda que el ánima........
Muerto el
conquistador en 1547, dejó dispuesto que la obra del Hospital se continuara con
el favor de su familia.
Primeramente se
encargaron de esto sus mayordomos, luego los gobernadores del Estado del
marquesado del Valle, pero durante 300 años los descendientes de Cortés nunca
dejaron de aplicar al sostenimiento de la institución parte del producto de los
bienes del marquesado del valle de Oaxaca, pero al consumarse la Independencia,
por el acoso de que fueron víctimas, empezaron a vender algunas propiedades y
cada vez fueron menores los recursos destinados a esa finalidad.
Los sucesores del
mayorazgo, llamados patronos del hospital fueron los descendientes directos de
Cortés. Primeramente su hijo don Martín el 2º Marqués, luego
su nieto don Fernando 3er. Marqués; le siguió su
nieto menor don Pedro 4º Marqués. Este último vino a vivir a
la ciudad de México, donde tuvo una hija. Aquí vivió hasta su muerte el 3 de
enero de 1629 y quedó sepultado en la Iglesia del Convento de San Francisco.
Con don Pedro
Cortés se extinguió la línea masculina, pasando el marquesado y el patronato
del hospital a su hermana doña de Juana Cortés Ramírez de Arellano como
5ª Marquesa y luego a su sobrina Estefanía Carrillo como 6ª Marquesa.
El marquesado del
Valle y el patronato del Hospital pasaron entonces por la descendencia femenina
de esta señora, a los Duques de Monteleone, primero, y luego a los príncipes de
Pignatelli, hasta que en 1932, con la muerte del último príncipe Pignatelli; la
administración del presidente Lázaro Cárdenas expropió el patronato a favor de
los directores mexicanos quienes, a continuación, tomaron posesión del mismo.
El gobierno, a su vez, expropió a la fundación otros inmuebles, repartió las
tierras de la hacienda del hospital, en el estado de Morelos, y dispuso
que más de un millón de documentos de su acervo pasaran al
Archivo General de la Nación.
En los últimos 73
años sus patronos han sido los médicos Benjamín Trillo (de 1932 a 1962),
Gustavo Baz (1963-1976) y Julián Gascón Mercado (1962-1963 y desde 1976 por
segunda vez hasta el día de hoy: año 2005), gracias a cuyo esfuerzo la
institución ha crecido y prosperado.
En el Hospital de
Jesús Nazareno o de la Limpia y Pura Concepción de María, ejercieron los primeros
médicos de la ciudad: Pedro López, Cristóbal de Ojeda y Diego Pedraza.
IGLESIA DE JESÚS NAZARENO
En cuanto a la
iglesia de Jesús Nazareno; sita en el ángulo noreste del conjunto hospitalario,
se terminó de construir en 1665, sobre el lugar donde estaba una pequeña
capilla que conmemoraba el encuentro de Cortés con Moctezuma, el de noviembre
de 1519.
Su fisonomía
actual procede de las sucesivas renovaciones de 1662, 1770, 1800 y de
1945. La fachada poniente es barroca y la que mira al norte, neoclásica. De 1942
a 1944 el muralista ateo José Clemente Orozco pintó la bóveda y los muros
del coro y la sección siguiente de la techumbre de la nave, con temas ajenos a
la historia del Hospital, con representaciones de la divinidad y del demonio, y
temas tan abstractos como el tiempo y la eternidad.
En el muro norte
del presbiterio del templo, del lado de la Epístola se conservan los restos de
Hernán Cortés, identificados y vueltos a inhumar en 1946. La otra capilla que tiene el hospital se llama de la Santa Escuela y fue
asiento de una cofradía de negros. La sala donde se halla la dirección del
establecimiento luce el artesonado, en madera, más rico que perdura en la
capital, algunas pinturas virreinales de mérito y varios retratos de Cortés.
OTROS HOSPITALES
El Hospital Real
de San José de los Naturales fue establecido
por los franciscanos de la ciudad de México hacia 1531, aun cuando pronto debió
ser abandonado, pues el 18 de mayo de 1553 el príncipe Felipe, que gobernaba en
ausencia de Carlos V, dispuso su erección, ya que no había entonces en la
capital sitio donde se curasen y albergasen los aborígenes. Se construyó en el
barrio de San Juan y acabó llamándose hospital Real de los Naturales. Fue
reparado y ampliado varias veces, llegando a constar de ocho salas, separando a
los hombres de las mujeres y a los rabiosos y contagiosos. Su
administración dependía directamente del Virrey y su operación estuvo a cargo
de seglares, con el solo paréntesis de 1701 a 1741, en que la atención de los
enfermos se confió infructuosamente a los Hermanos de San Hipólito. A fines del
siglo XVIII recibía un promedio de 200 personas diarias. Desde 1641 se instaló
en uno de sus patios el Coliseo o, Teatro de las Comedias, único en México,
cuyos productos se aplicaban, junto con otros bienes, al sostenimiento del
nosocomio.
El hospital fue
asimismo un importante centro clínico: en 1576 ya se practicaban autopsias en
1639 el arzobispo Palafox y Mendoza dispuso que cada cuatro meses se hicieran
prácticas de anatomía en cadáveres, y en 1768 se creó la cátedra y luego la
Real Escuela de Cirugía. Al término de la Guerra de Independencia la situación
del hospital era ya muy precaria y el 21 de febrero de 1822 fue suprimido. El
edificio desapareció hacia 1931 al ampliarse San Juan de Letrán.
EL FRAILE BENEFACTOR BERNARDINO ÁLVAREZ
Bernardino
Á1varez concibió el hospital de San Hipólito en 1566. Había
sido éste un típico soldado aventurero que participó en la guerra contra los
chichimecas. Luego a raíz de un duelo, prófugo de la justicia novohispana vivió
durante 30 años en el Perú amasando una considerable fortuna.
De regreso a
Nueva España, vistió un sayal, sirvió a los enfermos en el hospital de la
Limpia Concepción, fundado por Cortés, y se empeñó en crear una nueva casa para
remediar la situación de los viejos, los locos, los atrasados mentales y los
convalecientes pobres, la cual el arzobispo Montúfar dispuso que quedase bajo
la advocación de San Hipólito.
Bernardino
Álvarez formó la congregación, sujeta a reglas, que en 1700 habría de
convertirse en la Orden de los Hermanos de la Caridad, primera formada por
mexicanos. El edificio original, construido de adobe, fue sustituido en 1777
por el que aún subsiste, mientras la iglesia, iniciada en 1602 en el lugar de
la primitiva ermita, se concluyó, aunque sin retablos, en 1740. La institución
se sostuvo con limosnas, donaciones, y con ayuda de los
congregantes marianos, vinculados a la Compañía de Jesús. En el
siglo XVIII el hospital se había convertido exclusivamente en manicomio.
La red de
establecimientos dependientes del Hospital de San Hipólito fue
también obra de Bernardino Álvarez: el hospital de Santa Cruz
de Oaxtepec, para incurables, cuya construcción se inició en 1569 y donde
Gregorio López escribió su Tratado de la medicina; el
hospital de Nuestra Señora de la Consolación, en Acapulco, bajo el patrocinio
real a partir de 1598, para atender a la población local y a los marinos y
soldados que viajaban por el Pacífico; el hospital de San Martín, en la isla de
San Juan de Ulúa, creado en 1569 para cuidar a los enfermos que llegaban en las
flotas, a los esclavos negros y a los soldados y forzados que vivían en el
puerto; el hospital de Pobres o de la Caridad, en Veracruz, que en 1614 se
fusionó con el anterior para formar, en un nuevo edificio, el de San Juan de
Montesclaros, al que pagaban cuota la Armada de Barlovento, las flotas, los
mercantes y el ejército, mediante un sistema precursor del seguro
social; y los hospitales de la Limpia y Pura Concepción, de Nuestra Señora
de Belén y de San Roque, situados sucesivamente en Jalapa, Perote y Puebla,
como estaciones en el camino de Veracruz a México.
A fines del siglo
XVIII todas estas fundaciones empezaron a decaer y desaparecieron en
los primeros años de la vida independiente. Los hipólitos tuvieron también
la administración de los hospitales de Nuestra Señora de Loreto, en Veracruz;
Nuestra Señora de la Concepción, en Querétaro; San Cosme y San Damián, en
Oaxaca; Espíritu Santo, en México, y el Real de Guatemala. En 1612 recibieron
el hospital del Espíritu Santo y el de Nuestra Señora de los Remedios, que
Alonso Rodríguez del Vado y su esposa Ana de Saldívar instituyeron para el
cuidado de los enfermos españoles y cuyo edificio estuvo en el predio
que hoy ocupa el Casino Español, en la ciudad de México. Administraron,
asimismo, el de Nuestra Señora de Loreto, creado en el puerto de Veracruz por
el médico dálmata Pedro Ronson, que aplicó a ese propósito la mayor parte de su
fortuna. Empezó a funcionar en 1648 y llegó a especializarse en la atención de
mujeres sifilíticas y tuberculosas.
EL DOCTOR PEDRO
LÓPEZ
El doctor Pedro
L6pez, segundo de ese nombre, promovió el hospital Real de
San Lázaro, para cubrir la omisión del que destruyó Guzmán en 1528. En cuanto
empezó a funcionar en 1572, extramuros al oriente de la ciudad de México, todos
los leprosos fueron ahí recluidos, y sus bienes aplicados al sostenimiento de
la institución. Como era el único de esta especialidad en toda la Nueva España,
acudieron a él enfermos de todo el país. Los sucesores del fundador
administraron el patronato hasta principios del siglo xvm, en que lo tomaron a
su cargo los Hermanos de San Juan de Dios, a quienes ayudó con largueza
Buenaventura de Medina Picazo. Con esos fondos se construyeron grandes salones,
patios y estanques. Hacia 1774 empezó la decadencia de los servicios, por la
relajación de la Orden, y en 1784 los frailes fueron separados. El hospital
quedó bajo el amparo del rey y tomó el título de Real. La situación mejoró y
llegaron a recibirse 120 leprosos en un año. En 1815 volvieron los juaninos y
en 1820, en virtud de un decreto de la Corte, el Ayuntamiento asumió la
operación del leprosario. Éste tuvo una existencia cada vez más precaria; en
1857 se desamortizaron sus bienes por sus leyes liberales
anticatólicas de Benito Juárez y en 1862 fue clausurado.
El doctor
Pedro López fundó también, en 1582, el hospital Real de la Epifanía o de
Nuestra Señora de los Desamparados, para auxiliar a los negros, mulatos y
mestizos enfermos que deambulaban por la capital, y a los niños que resultaban
de las uniones ilegítimas de españoles e indias. El patronato lo formaron los
miembros de la nobleza, y funcionó con estas características hasta
1604, fecha en que fue entregado a los juaninos.
DON VASCO DE QUIROGA Y SU INFLUENCIA.
Durante el
siglo XVI se le atribuyeron a los hospitales dos connotaciones: una moderna,
como establecimientos dedicados exclusivamente a la curación de los enfermos,
según lo entendió Cortés; y otra medieval, como instituciones para recoger a
los huérfanos, hospedar a los peregrinos, albergar a los desvalidos y cuidar
adicionalmente de la salud del pueblo. Vasco de Quiroga, miembro de la Segunda
Audiencia, extendió aún más el segundo concepto y concibió los
hospitales-pueblo, es decir, congregaciones de indígenas fundadas en el
conocimiento y la práctica del cristianismo, el trabajo colectivo y la vida
comunal, y cuyo funcionamiento comprendía todos aquellos servicios. Previas las
autorizaciones del caso, en 1532 fundó el hospital de Santa Fe de México, en
las afueras de la capital, y en 1534 el hospital Real de Santa Fe de Tzintzuntzan.
Con el primero, quiso dar "una buena conversión" a los naturales de
México, agraviados durante su conquista, y con el segundo, mitigar los
sufrimientos de los tarascos, violentamente sometidos por Nuño de Guzmán
en San Juan Zitácuaro, San Felipe, Santa Isabel. Ambas instituciones
tuvieron iglesia, San Mateo, San Bartolomé y San Francisco; en colegio, casa de
cuna, habitaciones, templo y en- Santiago Tuxpan, San Marcos Turundeo y Santa
fermería, bajo la dirección de un rector -presbítero; en San Lorenzo Turéndaro,
y por el principal y los regidores. San Matías Cataragua, San Luis Gurampeo,
San Bareran, indígenas electos por los padres de familia. Bartolomé Cuitareo,
San Pedro Cataracuaro. La enfermería ocupaba el edificio más grande, con una
sala especial para los enfermos contagiosos, y Taximaroa; San Bautista
Maravatío y San Pedro estaba atendida por un médico, un cirujano y un
enfermero; en Santa Marta, Guanaxo, Tupátaro había además: boticario.
Todos ellos eran
asalariados por los miembros de la comunidad del curato de Pátzcuaro; don
Vasco de Quiroga dotó a todos estos establecimientos con sus propias
rentas y con los privilegios pontificios. Para San Salvador Atécuaro y San
Francisco Etácuaro, con mercedes reales que pudo conseguir, llegando a en la
región de Tiripetío; en Maravatío el Grande y Paracho a tener molinos de papel,
telares, tierras y ganados.
En 1537 don Vasco
fue nombrado obispo de Michoacán, creando también el obispado de Michoacán, con
sede en Tzinchoacán. Otras fundaciones semejantes fueron las de Tzintzuntzan y
después en Pátzcuaro. Dividió la administración religiosa del
extenso territorio de su diócesis, en doctrinas de las sierras y hospitales
menos ambiciosos, aunque más eficaces, doctrinas de la tierra caliente, las primeras
fueron el centro de la vida de los franciscanos y las segundas a los agustinos.
Los
franciscanos establecieron originalmente, nuevas instituciones que se fueron
creando. Este tipo de instituciones fueron los hospitales de Acámbaro (1532),
Jiquilpan para enfermos y a los indios peregrinos, por fray Alonso
de Molina, en las cuales se otro para el Ayuntamiento y el tercero para los
indicaba que debía darse preferencia a la medicina convencional, distinguiendo
entre sabios curanderos y brujos.
FUNDACIONES DE LOS SIGLOS XVI, XVII Y XVIII EN LAS PROVINCIAS.
Hacia 1544 el
Cabildo eclesiástico de Puebla, muerto ya el obispo fray Julián Garcés, hizo la
fundación del hospital de San Pedro, que estuvo desde un principio bajo los
auspicios del Real Patronato, aunque administrado por la diócesis. Cien años
más tarde el obispo Juan de Palafox y Mendoza lo unió al antiguo de San Juan de
Letrán, erigido por el Ayuntamiento hacia 1535 y destinado exclusivamente a
mujeres. A fines del siglo XVIII empezó a reconstruirse el edificio, obra que
culminó en 1794 el rector de la institución Ignacio Domenech. Éste introdujo el
servicio de visitadores sociales, la maternidad, la casa de cuna y el
orfelinato; y creó el anfiteatro de anatomía, la Academia de Medicina, Anatomía
y Farmacia, y la cátedra del arte de partear. Atendía, salvo el caso de
epidemias, un promedio anual de 6 mil enfermos. Siguió funcionando durante la
época independiente y fue clausurado en 1917.
A fines del siglo
XVI, el obispo fray Domingo de Alzola erigió en Guadalajara el hospital Real de
San Miguel de Belén, cuando ya era insuficiente el primitivo de la Santa
Veracruz. Recibía toda clase de enfermos. A principios del siglo XVIII estaba
atendido sólo por esclavos negros y sus servicios eran muy deficientes. A
instancias de la Audiencia, en 1704 lo tomaron a su cargo los hermanos de la
Orden hospitalaria de Nuestra Señora de Belén. Éstos aumentaron la capacidad a
45 camas e hicieron la sala de cirugía para mujeres. A fines del siglo XVIII el
obispo fray Antonio Alcalde construyó el actual edificio,
suficiente para mil enfermos, el cual subsiste aún como sede del hospital
civil.
En 1585 el
gobernador indio Diego de Tapia erigió en Querétaro el hospital que en 1622
pasó a depender del rey con el nombre de San José de Gracia. Dos años después
la administración se dio a los hipólitos, quienes lo reedificaron y colocaron
en su iglesia una imagen de la Inmaculada Concepción, de donde le vino su
segundo nombre. Al ocurrir la Independencia lo tomó a su cargo el gobierno
civil y en 1863 fue trasladado al ex convento de Santa Rosa.
En Guayangareo
(actual Morelia) se fundó, a su vez, hacia 1584, el hospital Real del Nombre de
Jesús, a iniciativa del obispo fray Juan de Medina Rincón y de la Vega. Primero
fue dirigido por seglares, después por los agustinos y, a partir de 1704, por
los juaninos, cuando ya el obispo Juan de Ortega y Montañez había
cedido a la institución su espléndido palacio. Se llamó entonces
hospital de San José, aun cuando el pueblo lo conocía por San Juan de Dios.
Llegó a prestar atención a 150 personas diarias.
Otros hospitales
de los primeros tiempos del Virreinato fueron: el de la Encarnación, en
Tlaxcala, creado por los indios en 1537; el de Nuestra Señora de Bethlen, en
Perote, obra del obispo fray Julián Garcés, hacia 1535; el de
Nuestra Señora de los Remedios, en Campeche, promovido por los vecinos hacia
1541 para atender a los marinos y viajeros; el de San Sebastián, en Chiautla,
fundado por los indígenas en 1553; el de la Santa Veracruz, en Guadalajara,
organizado por los pobladores primitivos de la ciudad en 1557; y el Real de
Nuestra Señora del Rosario, en Mérida, inaugurado en 1562 y cuya construcción
corrió por cuenta de la ciudad.
LOS HERMANOS DE SAN JUAN
Los Hermanos de San Juan de Dios vinieron a la Nueva
España a principios del siglo XVII, a solicitud del virrey Juan de Mendoza
Luna, marqués de Montesclaros. Constituyeron la provincia del Espíritu Santo,
que comprendía Nueva España, Nueva Galicia, Guatemala, Nicaragua, Yucatán,
Filipinas y las islas de Barlovento, con sede en la ciudad de México, único
sitio donde fundaron convento, pues en los demás donde trabajaron
lo hicieron sólo para curar a los enfermos. Los hospitales que
atendieron fueron de tres tipos: los dotados por la Real
Hacienda, los fundados por ciudades o particulares que después obtuvieron el
auxilio de la Corona, y los de esta clase que no solicitaron ayudas oficiales.
La primera
institución que recibieron los Hermanos Juaninos fue el hospital de Nuestra Señora
de los Desamparados, en 1604, que con la ayuda económica de Francisco Sáenz
convirtieron en el de San Juan de Dios, con amplias instalaciones para hombres
y mujeres, y magnífica iglesia, unas y otra reconstruidas a principios del
siglo XVIII gracias a los esfuerzos del visitador fray Francisco de Barradas.
El edificio se incendió el 1º de marzo de 1776, pero fue pronto reparado. La
institución se mantuvo con limosnas y donaciones. A fines del siglo XVIII, 56
religiosos y novicios atendían a 3 900 enfermos al año. En 1820, al
suprimirse las órdenes hospitalarias, se instalaron en él las monjas
de la Enseñanza de Indias; fue después nosocomio de las hermanas de la Caridad
y en 1865 el Imperio lo destinó a las mujeres públicas, hasta que en 1968
se alojó ahí una exposición permanente de artesanías.
La expansión de
los juaninos fue de la mayor importancia. Sucesivamente se fueron haciendo
cargo de los siguientes hospitales en las ciudades y fechas que se indican: de
la Purísima Concepción, en Colima (1605); de Nuestra Señora de la Veracruz o
San Juan Bautista, en Zacatecas (hacia 1610); de la Santa Veracruz o Real de
San Cosme y San Damián, en Durango (1610); Real de Nuestra Señora de la
Concepción, en Orizaba (hacia 1619); de San Juan de Dios, en San Juan del Río
(1661); del mismo nombre, en Mazapil (hacia 1671); de San José o San Juan de
Dios, en Aguascalientes (1686); de la Limpia Concepción o San Juan de Dios, en
Parral (1687); de Nuestra Señora de Guadalupe, en Toluca (1695); de Santa
Catarina Mártir o San Juan de Dios, en Oaxaca (1702); de Nuestra Señora de la
Caridad, en San Cristóbal las Casas (1712); de Nuestra Señora de Guadalupe, en
Pachuca (1725); de San Juan de Dios, en Tehuacán (1744), y de Nuestra Señora de
los Dolores, en Izúcar (1748).
Texto sintético obtenido de
una conferencia preparada por Luis G. Pérez de León Rivero de la Academia de
Hernán Cortés, en el Real Club España de la ciudad de México en el año de 2002,
para su difusión en diversos grupos culturales.
REFLEXIONES:
Con este repaso
sintético de la Obra Hospitalaria en los 300 años de la Nueva España, podemos
ver claramente la gran cantidad de obras caritativas que trajo a estas tierras
el Cristianismo y la Iglesia Católica, siempre apoyados por la Corona Española
y por todas las clases sociales del Imperio Español. Tanto la Historia, como la
extensa obra arquitectónica de los edificios que todavía existen actualmente a
lo largo y ancho de México y en toda Hispanoamérica, desmienten de manera clara
y contundente, a la Leyenda Negra anticatólica y antihispana,
de los escritores extranjeros protestantes, comunistas y ateos, que a lo largo
de 500 años, llenos de mala fe, de ignorancia de los hechos, y con odio
reconcentrado han gastado su tiempo y talento en denigrar el Descubrimiento y
la Conquista española del siglo XVI.
LUIS OZDEN
CITAS Y MAYOR INFORMACIÓN
(1) Testamento de Hernán Cortés. Descubierto y
anotado por el P. Mariano Cuevas, S.J. Imprenta del Asilo Patricio Sanz. México
1925.
(2) Documentos Cortesianos Tomo IV, Ed. José Luis
Martínez, UNAM, F.C.E. 1990.
BIBLIOGRAFÍA
“Disertaciones sobre la Historia de México”,
Lucas Alamán Escalada, Tomos I y II. Ed. Jus, México
1985.
“Enciclopedia de México”, SEP. Tomo VII, Ed. México
1987.
“Hernán Cortés”, José Luis Martínez, UNAM. 1990.
“Historia de una Obra Pía”, Ma. Elena Sodi de
Pallares, México, Ed. Botas, 1956.
“VERDADERA Historia de la Conquista de la Nueva
España”, Bernal Díaz del Castillo. Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”,
Madrid 1982.
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