LA COBARDÍA, TERRIBLE PECADO
Estimados lectores: Nuestro blog de LA VERDADERA
HISTORIA hace un lugar en la serie de textos que acostumbramos, para recibir
desde el país hermano de Argentina este extraordinario artículo sobre la
COBARDÍA. Autora: doña Ma. Virginia
Olivera de Gristelli.
En esta época de tantas claudicaciones es necesaria la
valentía cristiana para no ser arrollados por la corriente de corrupción social
que padecemos. LUIS OZDEN
“La Iglesia
("la barquilla de Pedro “, que le dicen) ha tenido muchas tempestades y ha
de tener todavía otra que está profetizada, en la cual las olas invadirán el
bordo, y parecerá realmente que los pocos que están dentro “suenan”. Cristo
parece haber conservado su costumbre juvenil de dormir en esos casos; y también
su idiosincrasia de no amar la cobardía.” (Leonardo Castellani)
El temor en medio de las tormentas no es privativo de
los niños, sobre todo cuando la sacudida de la Barca amenaza arrojar a muchos
por la borda. Pero el temor no es pecado. La cobardía sí.
Habitualmente, algunos pecadores se escudan en
pretendidas virtudes para justificar cierta actitud pecaminosa (y por eso es
tan recomendable pedir siempre al Señor que nos ayude a rectificar la intención
y clarificar la conciencia). Así también, el cobarde no siempre se
reconoce como tal, sino que trata de convencerse de que en realidad es
“prudente” cuando no avanza; “tolerante” cuando no resiste la agresión injusta
–incluso perpetrada contra otros u Otro-; “humilde” cuando somete de buena gana
sus principios; “pacífico” cuando establece componendas con el enemigo. ¿Mera
cuestión de terminología?…No: cuestión de fe, y de amor a Cristo Crucificado.
Quisiera presentar, como en una cadena, el enlace de
tres autores (el Doctor Angélico, y dos sacerdotes católicos) que nos
vienen muy bien para detenernos a pensar en la raíz y consecuencias de este
pecado tan poco meditado, y escasamente predicado.
* Santo Tomás trata este tema cuando se refiere a la
pusilanimidad, que en nuestros tiempos de minimalismo teológico y moral
–hijo dilecto del modernismo-, tal vez sea el vicio por antonomasia. Señala el
Doctor Angélico:
“…Así como por la presunción uno sobrepasa la medida
de su capacidad al pretender más de lo que puede, así también el pusilánime
falla en esa medida de su capacidad al rehusar tender a lo que es proporcionado
a sus posibilidades. Por tanto, la pusilanimidad es pecado, lo mismo que
la presunción. De ahí que el siervo que enterró
el dinero de su señor y no negoció con él por temor, surgido de la
pusilanimidad, es castigado por su señor, como leemos en Mt 25, 14 ss y Lc
19, 12 ss.
(…) La pusilanimidad puede incluso provenir en
algún modo de la soberbia; por ejemplo, si el pusilánime se aferra
excesivamente a su parecer, y por eso cree que no puede hacer cosas de las que
es capaz.
De ahí que se diga en Pr 26, 16: El perezoso se
cree prudente más que siete que sepan responder. En efecto, nada impide que
para unas cosas uno se sienta abatido y muy orgulloso respecto de otras.
(…)La pusilanimidad puede considerarse de tres modos.
-En primer lugar, en sí misma. Y así es claro que,
según su propia razón, se opone a la magnanimidad, de la cual se distingue como
la grandeza y la parvedad respecto de lo mismo; en efecto, como el
magnánimo, por la grandeza de alma, tiende a lo grande, así el pusilánime, por
la pequeñez de ánimo, renuncia a ello.
-En segundo lugar puede considerarse la pusilanimidad en
su causa, que, por parte del entendimiento, es la ignorancia de la propia
condición, y por parte de la voluntad, el temor de fallar en cosas que se
estiman falsamente que superan la propia capacidad.
-En tercer lugar, puede considerarse la pusilanimidad en
su efecto, que es renunciar a cosas grandes de las que uno es capaz.
Ahora bien: como hemos dicho (q.127 a.2 ad 2), la
oposición del vicio a la virtud se mide por la propia especie más que por su
causa o efecto. Por tanto, la pusilanimidad se opone directamente a la
magnanimidad.
(…)La pusilanimidad, según su propia especie,
es pecado más grave que la presunción, ya que por ella el hombre se
aparta del bien, lo cual es pésimo, según leemos en IV Ethic.
* El p. Castellani, con su gracejo habitual, habla
directamente de cobardía, centrándose en otro pasaje evangélico, que viene
también muy a propósito:
“(…) Cosa increíble: hay una tormenta tal en el Mar
de Tiberíades que las olas invaden la cubierta de la barca de los Pescadores; y
Jesucristo duerme.
¿Se hace el dormido, como dicen algunos, para `probar
a sus discípulos"? No: duerme, con la cabeza apoyada en un banco.
Esa manera de probar a la gente con cosas fingidas es
una chiquilinada inventada por un mal maestro de novicios: lo único que
prueba de veras es la vida, la verdad, la realidad; no las ficciones.
Tampoco es verdad que Dios le haya prohibido a Eva el
Fruto del Árbol del Malsaber para probarla; se lo prohibió porque
simplemente ese fruto no le convenía ni a ella ni a nadie. Dios no hace
pavadas, pero hay gente que tiene inclinación a atribuirle las pavadas propias (…)
Jesucristo es notable: duerme de día en medio de una tormenta; y de noche deja la cama y se sube a una colina, para orar hasta la madrugada. No lo despiertan el bramar del viento, el golpe del agua, los gritos de los marinos, y lo despierta un gemido en la noche o una mujer hemorroísa que le toca el vestido. (…) Sólo un niño o un animal pueden dormir en esas condiciones en que los tres Evangelistas dicen que Cristo realmente “dormía “; y también un hombre que esté tan cansado como un animal y tenga una naturaleza tan sana como la de un niño. Muchos hombres de naturaleza privilegiada y robusta sabemos que podían dormir cuando ellos lo querían (…)
Bueno, el caso es que Cristo dormía, y los discípulos lo despertaron diciéndole algo que está diferentemente en los tres Evangelistas; pero en realidad le deben haber gritado no tres sino unas doce cosas diferentes por lo menos; que se resumen en ésta: «¡Sonamos!» ¿No te importa nada que nosotros «sonemos»? “que trae San Lucas como resumen de toda la gritería. Lo que dijo San Mateo, que estaba allí, fue esto: “Señor, ayúdanos, que perecemos". Cada uno dijo lo mejor que supo, y eso es todo.
Lo que les dijo Cristo -en esto concuerdan los tres relatores- fue “cobardes”. La Vulgata latina traduce “Modicae fidei “, o sea “hombres de poca fe “; pero Cristo, en griego o en arameo, les dijo “cobardes”.
Un hombre que grita cuando hace agua su lancha en una
tempestad del Mar de Galilea, que son breves pero violentas; suponiendo incluso
que haya gritado un poco de más, ¿es cobarde? Para mí, no es cobarde. Pero
para Jesucristo es cobarde.
A Jesucristo no le gustan los cobardes.
La Iglesia ("la barquilla de Pedro “, que le
dicen) ha tenido muchas tempestades y ha de tener todavía otra que está
profetizada, en la cual las olas invadirán el bordo, y parecerá realmente que
los pocos que están dentro “suenan”. Cristo parece haber conservado su
costumbre juvenil de dormir en esos casos; y también su idiosincrasia de no
amar la cobardía.
¿La cobardía es pecado? Sí; y en algunos casos muy grande. Los Apóstoles tenían una manera de predicar que yo no usaría otra si me dejaran predicar: la cual es hacer una lista de pecados grandes, recitarla y después decir: “Ninguno de éstos entrará en el Reino de los Cielos. Basta". Así San Pablo dice: “No os engañéis, hermanos; que ni los idólatras, ni los ladrones, ni los divorciados, ni los avaros, ni los perros [o sea, los maricones] ni… y así sigue un rato- entrarán en el Reino de los Cielos". Hoy en día habría que predicar así, sencillamente… es opinión nuestra.
Pues bien, San Juan en el Apokalypsis, que es una profecía acerca de los últimos tiempos, añade a la lista de pecados otros dos que no están en San Pablo: “los mentirosos y los cobardes". Lo cual parece indicar que en los últimos tiempos habrá un gran esfuerzo de mentira y de cobardía. Dios nos pille confesados.
La cobardía en un cristiano es un pecado serio, porque es señal de poca fe en Cristo (’cobardes y hombres de poca fe"), que ha dado sus pruebas de que es un Hombre “a quien el mar y los vientos obedecen “-dice el Evangelio de hoy- con lo cual por lo tanto, el miedo no es cosa bonita; ni lícita siquiera. Julio César, en una ocasión parecida, no permitió a sus compañeros que se asustaran. “¿Qué teméis? Lleváis a César a su buena estrella “, les dijo. Mucho más Jesucristo, creador de las estrellas.
Lo que gobierna el mundo son las Ideas y las Mujeres, dijo uno. Las Ideas, lo dudo mucho. Las Mujeres, habría que hacer la prueba. ¿Qué sucedería si en la Argentina saliese una especie de Teresa de Jesús, que persuadiese a todas las mujeres de este propósito: “¡No me casaré con ningún hombre que sea un cobarde!” Yo creo que se vendrían abajo la tiranía de turno, y no subiría más ningún otro tirano.
En otros tiempos, los argentinos no eran ni adulones ni cobardes. Ahora parecería, según algunos que leen los diarios, que se están volviendo adulones y cobardes. Que Dios nos salve por lo menos de las mujeres. ” (Cf."El Evangelio de.Iesucristo “)
* Y finalizo esta selección de autores con el p.
Horacio Bojorge s.j., quien trata la cuestión de la Fortaleza Cristiana:
“La teología de la guerra santa se deja resumir en
algunos artículos de fe y constituyen lo que podría llamarse el “Credo del
guerrero”, o el “Manual de la guerra” (Deut. 20) La guerra santa es tan santa
como un acto de culto en el templo. (…) La guerra era considerada santa porque
la convocaba el Señor y enviaba a ella por medio de sus sacerdotes y
levitas. Ellos exhortaban, organizaban y enviaban las tropas al combate. En
esas guerras era Dios quien lideraba las huestes de Israel, las salvaba de la
mano de sus enemigos; y las llevaba a la victoria mediante su presencia y
asistencia salvíficas. La teología de la guerra santa se expresa mediante
lo que los exegetas han dado en llamar fórmulas.
Está en primer lugar el primer mandamiento del
guerrero de Dios que es No temas. Desde el no temas María, siguiendo por los no temas
de Jesús en el Evangelio, han de verse iluminados por este mandato de no
temer, como opuesto al amor y la confianza. Siguen los motivos y
fundamentos para no temer, que se expresan en las fórmulas de vocación y envío
al combate, así como en promesas de auxilio y de victoria.
(…) Hay fórmulas que expresan la promesa de
victoria, o la promesa de asistencia (Yo estaré con vosotros, Dios está
contigo, Dios está contigo, valiente guerrero). El mismo nombre de Yahvé,
que se interpreta “yo soy el que soy”, pero también “el que está”
(siempre contigo) puede considerarse un nombre que expresa la fórmula de
asistencia. Y el mismo sentido tiene el nombre Emmanuel, Dios con
nosotros, profetizado por Isaías y referido a Jesús. Cuando Jesús
despidiéndose de los suyos les promete “yo estaré con vosotros hasta el fin
de los siglos”, emplea y hace propia la fórmula de asistencia, aplicándola
a la misión y la lucha de la Iglesia en este mundo. Pablo dirá: Si
Dios está por nosotros: ¿Quién contra nosotros?
A la luz de la espiritualidad de la guerra santa se
comprende lo que significó que los Israelitas le pidieran a Samuel un rey para
que saliese delante de ellos a combatir sus guerras. El pedido es
doblemente blasfemo y agraviante para el Señor de los ejércitos de Israel.
Primero porque ya no admiten o por lo menos no aprecian más el liderazgo
divino. Y segundo porque ya no consideran que las guerras de Israel sean las
de Dios, sino las suyas propias. Se trata de un movimiento de desacralización
y secularización de la vida nacional y política. Y la gravedad de esta
apostasía, pero también la del neo secularismo sólo se mide bien a la luz de la
teología de la guerra santa.
Como testamento de su última cena, Jesús anuncia
tribulaciones, pero invita a la confianza en su victoria, que adelanta la de
los que lo aman: “No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn.16,33). Y el apóstol Juan exhorta a su comunidad
diciendo: “Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y habéis vencido al
maligno” (Jn 2,14)
Por último, en las siete cartas a las Iglesias, se
promete premio a los vencedores:
“No temas lo que vas a sufrir… mantente fiel hasta la
muerte y te daré la corona de la vida… el vencedor no sufrirá daño de la muerte
segunda”(Ap.
2,10-11)“Al vencedor, al que guarde mis obras hasta el fin, le daré poder
sobre las naciones” (Ap. 2,26).
Muchos en nuestros días, claman “Maranathá", pero
luego se sorprenden y escandalizan cuando llegan las horas amargas, de
oscuridad y cruz para la Iglesia que habrá que atravesar para que se cumpla
todo lo que decimos profesar. Continúa así el p. Bojorge:
“(…)El narrador del libro de Ruth establece todavía un
contraste entre Booz y el pariente innominado, más cercano por sangre,
pero que se desentiende de auxiliar por no perjudicar sus intereses. No
se conserva su nombre en el relato, que se refiere a él como “fulano", “un
tal", esquivando nombrarlo. La acedia de ese fulano, lo hace
inhábil para entrar en el gozo de la piedad que auxilia. La acedia, en efecto,
aún en sus formas atenuadas de tibieza, ingratitud o indiferencia, es ya una
parálisis y debilidad del amor y denota por lo tanto una débil adhesión al
Bien, un miedo al sacrificio por amor, que conduce de antemano a la derrota en
la lucha entre el bien y el mal, a sacrificar el amor al otro, en este caso a
Dios, por el amor propio.
La cobardía procede de la debilidad del amor o de la
falta de amor, o de inconstancia en el amor al punto de que se la pueda
considerar como un nombre del desamor y hasta de la traición.(…) Haber
preferido sus intereses, el temor, el miedo a perjudicar sus bienes, lo
excluyen del linaje del Mesías. Le sucede algo parecido a Esaú con la venta de su progenitura.
Y al joven rico del evangelio cuyas riquezas le impiden atarse a Jesús.
A veces la caridad resulta demasiado cara. Permanecer
en la caridad enfrenta al amigo de Dios una y otra vez al examen del precio que
está dispuesto a pagar por mantenerse en esa amistad. La dilección no es sólo
una elección inicial. Es una elección que se renueva. Siempre hay que estar
vendiéndolo todo por la perla preciosa, vendiéndolo todo para comprar el campo
del tesoro escondido. La fortaleza que nace de la caridad es la que hace
posible seguir sacrificando siempre, cada vez con mayor alegría a medida que
crece la amistad y el amor, cada vez con mayor decisión y facilidad.
(…) En la historia de la Iglesia, San Cipriano
discernía las causas profundas por la que algunos cristianos habían terminado
negando a Cristo. No lo hicieron, discierne el santo obispo, por estar
demasiado apegados a sus casas, sus bienes y sus intereses. Una cadena de
oro los retuvo. En no dejarla se puso de manifiesto que estaban ya
minusvalorando el tesoro de la amistad con Dios. No hay que admirarse, concluye
Cipriano, que llegado el momento negaran al que habían ya menos-preciado
en su corazón.
Se comprende así, que la cobardía, en su
sentido amplio de miedo a sacrificar, como vicio opuesto al amor antes que a la
misma fortaleza, sea considerada, por el autor del Apocalipsis, como un pecado
tan horrendo, que encabeza la lista de pecados que precipitan para siempre en
el lago ardiente, y en la muerte segunda:
“Los cobardes, los incrédulos, los abominables,
los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras, y todos los
embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la
muerte segunda” (Apocalipsis 21,8).”
La caridad es fuerte: Los cristianos, al decir de Jesús,
son como corderos en medio de lobos. De ahí que la fortaleza cristiana se ponga
de manifiesto principalmente en forma de paciencia, de aguante en el
sufrimiento y vaya acompañada de la oración pidiendo ser defendidos del mal “Y
líbranos del malo". El nombre griego de la paciencia es: hupomoné,
literalmente “permanecer firme debajo". Permanecer, por amor, debajo de
la cruz es la fortaleza propia de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, y ha de
ser también la de su discípulo. Dice San Agustín a este propósito: “El seguimiento
de Cristo consiste en una amorosa y perfecta constancia en el sufrimiento,
capaz de llegar hasta la muerte” (San Agustín, Com. In Ev. Johannis,
Tratado 124,5.7; CCL 36, 685-687; Cfr. Oficio de Lecturas del sábado 6 del
tiempo pascual).
Cada cultura y cada religión concebirá las virtudes
cardinales, de acuerdo a lo que entiende por bien y por mal. (…) En la cultura católica, el
bien es la comunión de amistad entre las personas. Primero la comunión
de las Personas divinas entre sí y luego de la comunión entre Dios y los
hombres, y de éstos entre sí.
El mal al que ha de resistir con fortaleza el
cristiano, es todo lo que impide al hombre incorporarse a, la comunión con ese
Nosotros.
La Esposa que llama al Esposo a coro con el Espíritu
Santo, al final del Apocalipsis, personifica esa fortaleza que da el amor. La
fortaleza de la caridad esponsal se revela así como: “la actitud infatigable
e insistente de oración incesante y necesaria “para poder mantenerse firme
ante el Hijo del Hombre cuando venga” (Lc.21,36) con la fortaleza “que
da el Espíritu Santo ante la tribulación apocalíptica".
Oración perseverante, de cada día. Que cree contra toda esperanza en la
presencia de Jesús, Señor de la Iglesia y de la historia… hasta que venga… para
decir la última palabra sobre la historia humana. Así es de fuerte el amor que
cree, ama, espera.”
Ma. Virginia Olivera de Gristelli.
Editó: LUIS OZDEN
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