ANTECEDENTES:
La moción para
consagrar la República Mexicana el 6 de enero de 1914 y su consiguiente
proclamación de Cristo como Rey de la nación, para conservar la Religión
Católica, religión mayoritaria del pueblo mexicano, a causa de la Revolución anticristiana y masónica, provocada por sus enemigos nacionales e
internacionales de la nación; tenía su
antecedente en la Encíclica “Annum
Sacrum” que S. S. León XIII emitió el 25 de mayo de 1899, para consagrar al
género humano entero.
Pero la idea para
la Consagración específica a la Nación Mexicana partió del señor Arzobispo de
Linares, Monterrey; quien se dirigió al Arzobispo de México Dr. José Mora y del
Río. Este a su vez, aceptó la idea y escribió a fines del año de 1911, una
circular a sus hermanos los señores arzobispos y obispos de todas las diócesis
mexicanas pidiendo su parecer respecto a organizar una reunión de todos, para
preparar la Consagración de México al Sagrado Corazón de Jesús.
Pero, en vista del
amago revolucionario de ese año para subvertir el orden. No pudieron
organizarse por los desórdenes de 1912 y principios de 1913. Sin embargo, a
partir de marzo de 1913, gracias a un gobierno estable y fuerte bajo la
autoridad del General Victoriano Huerta; se dieron las condiciones para que el
V. Episcopado Nacional, por medio del Arzobispo José Mora del Río, pidiera a
S.S. Pío X su beneplácito por la Consagración de México al Sagrado Corazón de
Jesús.
Durante ese año
hubo intercambio de correspondencia entre el Arzobispado de México y la Santa
Sede, dando por resultado la Carta de San Pío X a los Obispos mexicanos del 12
de noviembre de 1913. Carta que existe
en el Archivo Arzobispal y que este año de 2013 se cumplirá el Centenario de su
emisión. Y, que a continuación, transcribiré íntegra en este texto.
Pero, antes, conviene
transcribir el primer párrafo de la Segunda Carta pastoral del Ilmo. y Revmo.
Sr. Dr. y Mtro. Don Francisco Orozco y Jiménez, quinto arzobispo de Guadalajara
con motivo de la solemne Consagración de la República Mexicana al Sacratísimo
Corazón de Jesús.
“A moción del Ilmo.
Revmo. Sr. Arzobispo de México y por unánime acuerdo del V. Episcopado
Nacional, la Santidad del Señor Pío X, ha accedido con gusto a que la República
de México se consagre solemnemente y rinda vasallaje al S. Corazón de Jesús en
demanda pública de remedio para las necesidades que nos aquejan; -si así es del
deífico beneplácito- la tan deseada paz nacional.”
CARTA DE SU SANTIDAD PÍO X AL EPISCOPADO MEXICANO
“A NUESTROS VENERABLES HERMANOS LOS ARZOBISPOS Y OBISPOS
DE LA REPÚBLICA MEXICANA.”
PIO PAPA X.
VENERABLES HERMANOS, SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA.
“Nos habéis propuesto un proyecto tanto más honroso para
vosotros, cuanto para Nos indeciblemente grato.”
“Porque meditando vosotros con grande atención lo que
Nuestro Predecesor León XIII, de recordación feliz, escribió en su encíclica
“Annum Sacrum”, relativo a la consagración de los hombres al Sacratísimo
Corazón de Jesucristo, habéis resuelto consagrar, el próximo día seis de enero, al mismo Corazón Divino, Rey Inmortal de
los siglos, la República de México, y para dar mayor solemnidad a esta
consagración que pensáis hacer y mostrar
a vuestros pueblos toda la importancia trascendental de ella, determináis
decorar las imágenes del Corazón de Jesucristo con las insignias de la realeza.”
“Todo esto, Nos lo aprobamos de buen grado. Más como
quiera que el Rey de Gloria eterna haya sido ornado con corona de espinas, la
cual muy mucho más hermosa aún que el oro y que las piedras preciosas vence en
este esplendor a las coronas de estrellas, las insignias de Majestad Regia son
a saber: la Corona y el Cetro, habrán de colocarse a los pies de las sagradas
imágenes.”
“Desde hace ya mucho tiempo que con grande solicitud
hemos considerado a vuestra Nación y a vuestros asuntos, perturbados por graves
desórdenes, y bien sabemos que para conservar y sostener la salud, y la paz de
los pueblos, es de este punto necesario conducir a los hombres a este puerto
seguro de salvación, a este Sagrario de la paz, que Dios por su infinita
benignidad se dignó abrir al humano linaje, en el Corazón Augusto de Cristo Su
Hijo.”
“De ese Corazón brote para vosotros Venerables Hermanos,
y para vuestra Nación entera agitada rudamente por incesantes discordias, la
gracia que hacía menester para la salvación eterna y la paz que como fuente
inagotable de todos los bienes, con tan indecible ansia anhelan a una voz vuestros
conciudadanos.”
“En presagio de ambos bienes y en testimonio de nuestra
benevolencia sea esta Nuestra Bendición Apostólica, a la cual, a vosotros,
Venerables Hermanos, lo mismo que al clero y al pueblo, encomendados a cada uno
de vosotros, de lo íntimo de nuestro Corazón enviamos en el Señor.”
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día doce de Noviembre
de mil novecientos trece, año undécimo de Nuestro Pontificado.
PIO PAPA X
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COMENTARIOS
DEL ARZOBISPO D. FRANCISCO OROZCO Y JIMÉNEZ A LACARTA PAPAL.
“Las letras citadas expresan el grande amor que nos
profesa el Santo Padre, interesándose por nuestra suerte e indicándonos los
medios eficaces de desagravio a Dios,
ofendido por nuestros pecados.”
“En verdad: ¿qué medio
más oportuno que la proclamación pública del Reinado Social de
Jesucristo? Al coronarlo del modo como Él puede ser coronado, y ofrecerle un cetro,
símbolo del dominio que tiene en las sociedades y en los individuos, en los
reyes y en los súbditos, en los emporios de la civilización y en las pequeñas
aldeas, de todas partes se elevará un himno grandioso de alabanza, de amor y
desagravio al Corazón de Dios, atribulado por nuestras iniquidades.”
“A la vista de la situación de nuestra Patria, no cabe
duda, según la expresión de un Venerable Prelado, que algo de colectivo falta
para desarmar el brazo justiciero de Dios y que ceses las calamidades
públicas; y ese algo bien puede ser la
nueva Consagración al Corazón de Jesús.”
“En ese acto estará interesada la Fe que heredamos de
nuestros mayores, no menos que la piedad y la beneficencia, por las obras de
culto y caridad que aunemos a la protestación de la vigorosa Fe, porque del
amor de Dios es complemento el amor al prójimo, al ser el precepto del segundo
semejante al del primero, como asevera el Salvador.”
A profesar la Fe y a practicar la caridad, con ocasión de
nuestros cultos al Sacratísimo Corazón de Jesús, nos moverá la altísima
significación de los misterios que la Santa Iglesia propone en la fecha
providencialmente fijada para la solemne
Consagración: la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo. En ese día se
presenta Nuestro Salvador al universo mundo como revestido de la autoridad real de Monarca Supremo y recibiendo las más
puntuales adoraciones; la gentilidad
representada en tres grandes personajes, viene a los pies de Jesucristo; acuden
las ciencias y las artes, y las magnificencias humanas a rendir a Cristo un
amplio vasallaje.”
“Además: en la Epifanía se celebra el Bautismo de Jesús,
con toda la humildad y la Fe de aquel memorable hecho en que el Divino Nazareno
estableció el sacramento de regeneración, por el cual, al recibirlo, nos
hacemos hijos de Dios y herederos del Reino de los Cielos”.
“Finalmente, se conmemora en la Epifanía la realización
de aquellas célebres bodas, santificadas con la presencia de Jesús y de María,
y en que el matrimonio vino a ser una de las fuentes de la Gracia, y el origen
santificado de la sociedad doméstica”.
“Ahora bien; tan completo y máximo testimonio de obsequio
y de piedad (la Consagración que se hace) conviene de un modo especial a Jesucristo por ser Príncipe y Sumo Señor de
todas las cosas…. Y la universalidad del género humano está bajo la
potestad de Jesucristo; puesto que quien es unigénito del Padre y consustancial
a Él, esplendor de Su Gloria y figura de Su substancia, es necesario que tenga
comunes todas las cosas con el Padre y consiguientemente el sumo imperio de
todas ellas. Cristo ejerce el sumo poder, no solo con derecho nativo, sino
también con derecho adquirido. Él nos
libró del poder de las tinieblas y también se entregó a redención a sí mismo
por todos. Todo cuanto dio lo dio por adquirirlo todo.”
“Esta potestad Cristo la ejerce sobre los hombres todos
por medio de la Verdad, de la Justicia, y principalmente de la Caridad.”
“Para el fundamento de tal potestad y dominio,
benignamente permite que nosotros añadamos una devoción voluntaria. Ciertamente
Jesucristo, Dios y Redentor a la vez, es rico en la posesión perfecta y
cumplida de todas las cosas; mientras que nosotros somos tan pobres e
indigentes, que nada poseemos que sea bastante para remunerarlo.”
“Pero no obstante, llevado de su bondad y caridad suma,
Jesucristo no rechaza que le ofrezcamos lo que es suyo, y que se lo demos y
consagremos como si se tratara de cosa nuestra; y no solamente no la rechaza,
sino que la pide repetidamente: Hijo mío, dame tu corazón. Así, pues,
podemos todos ciertamente podemos gratificarle con el mejor ánimo y buena
voluntad; puesto que consagrándonos al Mismo, no solamente
reconocemos y acatamos su poderío de un modo grato y manifiesto, sino que a la
par atestiguamos con ello que, si en realidad de verdad fuese nuestro lo que
ofrecemos, lo daríamos con la misma excelente voluntad, y le pedimos a la vez
que no se ofenda al admitir de nosotros lo que es completamente suyo.”
“Y puesto que en el Sagrado Corazón se encierra el
símbolo y la expresión de la infinita caridad de Cristo, que nos incita a
amarnos mutuamente, es justo consagrarse
a Su Corazón Augusto, lo que no es otra cosa más que, entregarse y obligarse
con Jesucristo, ya que todo honor, obsequio o devoción piadosa que se ofrece al
Corazón Divino, se ofrece propia y verdaderamente al mismo Cristo.”
“Consagrémonos, por tanto, social y privadamente, al
Sagrado Corazón de Jesús”
“Conságresele el Sacerdocio, participante de la potestad
del mismo Dios, al administrar los sagrados misterios, y propagar en las
sociedades y en las conciencias el
Reinado de Cristo. En la renovación del sacrificio incruento, en el rezo
del Oficio Divino, en la adoración del Sacramento de Amor; al predicar, al
exhortar y dirigir oportuna e importunamente, arguyendo, suplicando con toda
paciencia y doctrina, el Sacerdote vivirá con la vida de Cristo, y del Corazón
Divino le vendrá la abundancia de gracia que necesita para el ejercicio de las
altísimas funciones que desempeña.”
“Conságrese al
Sagrado Corazón de Jesús la sociedad civil en sus diversos elementos, ahora que
gobernantes y gobernados niegan, por apostasía pública, al Cristo, proclaman _a
imitación del pueblo deicida_ que no
quieren que Aquel reine sobre ellos.”
“Ocurra la sociedad en masa a los espléndidos cultos que
rodearán esta solemne Consagración;
ya acercándose al banquete eucarístico, ya visitando al Prisionero de los
tabernáculos o manifiesto a la adoración pública; y que esa Consagración pase,
por abundantes corrientes de gracia, del
templo al hogar, y que en éste haya júbilo santo y mayor expansión de piedad, y
de alegría; el Sacratísimo Corazón será el Dueño de la casa y el Él hallarán
refrigerio todos los miembros de la familia, grandes y pequeños. Los gozos
y las lágrimas convergerán, por decirlo así, al Corazón de Jesús, fervorosa y
constantemente”.
“Las almas entregadas a Dios, ya por promesa solemnes o
por aceptadas y ordenadas prácticas de
piedad y de beneficencia, en innumerables confraternidades, de todas las
condiciones, edades y sexos, conságrense
al Divino Corazón de un modo espontáneo y singular. En la soledad del
templo, en las fatigas cotidianas del hogar, en el ejercicio de las obras de
misericordia, en la enseñanza de la Doctrina Cristiana y tantas otras obras,
habrá ocasión de ofrecerse al Sagrado
Corazón para alabarlo y desagraviarlo.”
“Las escuelas católicas, los Hospitales, los Asilos, los
Orfanatorios, las Casas Religiosas, conságrense también al Corazón de Cristo.
La prensa católica cumpla su noble misión de prestar al Corazón Deífico sus
homenajes llevando a todas partes la buena semilla de la lectura sana, y a la
vez, siempre amena y oportuna.”
“Hágase que la porción escogida y grata al Corazón Divino _la niñez inocente_ beba
allí, en aquel manantial, las aguas purísimas de la Gracia; y renovando las
promesas del Bautismo o asistiendo a prácticas exclusivas de misión, y sobre
todo, comulgando, forme una gloriosa Corte del Rey de los Cielos y tierra.”
“Que el Corazón de
Jesús extienda su dominio a los hogares atribulados por las enfermedades, o
por la ausencia o por la muerte de sus seres queridos, y que conforte con su
presencia real los corazones agobiados por el dolor. Que las miradas divinas
lleven la regeneración a los encarcelados; y los inválidos y los pobres
alégrense al sentir los carismas del
Corazón de Dios.”
“¡Consagrémonos todos al Corazón de Jesús!
Propaguemos y defendamos Su
Realeza, de la cual dimana toda autoridad, para cese la lucha fratricida, y
viviendo todos como hermanos, luzcan días serenos para México; y así, ligados
con vínculos de caridad, seamos dignos participantes, un día, con Cristo, de la gloria de la Iglesia
Triunfante”.
“Para darle forma al hermoso pensamiento de que Nos hemos
venido ocupando, los Párrocos y Rectores encargados de los templos de esta
Arquidiócesis, preparan, acomodándose a las circunstancias de lugar y
personas, los cultos que deban
celebrarse el repetido día seis de enero próximo, a fin de que la Coronación y Consagración de que se
trata, revista la mayor solemnidad posible.”
“Pero con el objeto de que, en lo general, haya la
uniformidad que es de desearse, disponemos:
“I.- Que en toda la Arquidiócesis haya un Triduo en honor
del Sacratísimo Corazón de Jesús,
que deberá comenzar el día cuatro del repetido enero, con exposición del
Sacratísimo Sacramento, todo el día, en donde fuere posible, o por lo menos en
la Misa y en el ejercicio vespertino; para cuya exposición concedemos nuestra
licencia.”
“II.- El día seis, designado para la Consagración, se hará ésta, después de una Misa solemne,
colocando la Corona y el Cetro a los
pies de la imagen del Sagrado Corazón. En la Misa se predicará al pueblo la
trascendencia del acto de la
Consagración de nuestra Patria toda
al Divino Corazón; cuya Consagración se hará usando la fórmula
que anualmente se emplea en el mes de junio para el mismo objeto, y deberá
tener lugar enseguida de la Coronación.”
“III.- Se procurará que hay el mayor número de comuniones
de desagravio”
“IV.- Se dispondrá que haya algunas manifestaciones
exteriores de regocijo, para que sea como una expresión pública de nuestro amor
y veneración al Sacratísimo Corazón”
“V.- Oportunamente se hará conocer a los fieles, de esta
capital, el programa de las festividades que tendrán lugar en la Santa Iglesia Catedral, y los demás
que se acordarán para celebrar el fastuoso acontecimiento”
“Esta Carta Pastoral será leída inter Missarum Solemnia el primer día festivo después de su recibo.”
“Recibid,
venerables Hermanos y amados Hijos, la Bendición Pastoral que os enviamos en el
nombre + del Padre, + del Hijo y + del Espíritu Santo.”
“Dada en Nuestro
Palacio Arzobispal de Guadalajara, el día 18 de diciembre, fiesta de la
Expectación del Parto de la Santísima Virgen María, de 1913.”
+Francisco, Arzobispo de Guadalajara.
Para que sirva como
antecedente de la Consagración de México al Sagrado Corazón de Jesús; he creído
conveniente transcribir la Carta Encíclica que S.S. León XIII, Papa reinante de
la Iglesia Católica en 1899. Transcripción íntegra de la Carta Encíclica “Annum
Sacrum” de S.S. León XIII.
CARTA ENCÍCLICA”ANNUM SACRUM”
DE
NUESTRO PADRE LEON XIII, PAPA SEGÚN LA DIVINA PROVIDENCIA; A LOS PATRIARCAS,
PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y OTROS ORDINARIOS, EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE
APOSTÓLICA.
De
la Consagración del Género Humano
al Sagrado Corazón de Jesús
al Sagrado Corazón de Jesús
Hace
poco, como sabéis, ordenamos por cartas apostólicas que próximamente
celebraríamos un jubileo (annum sacrum), siguiendo la costumbre establecida por
los antiguos, en esta ciudad santa. Hoy, en la espera, y con la intención de
aumentar la piedad en que estará envuelta esta celebración religiosa, nos hemos
proyectado y aconsejamos una manifestación fastuosa. Con la condición que todos
los fieles Nos obedezcan de corazón y con una buena voluntad unánime y
generosa, esperamos que este acto, y no sin razón, produzca resultados
preciosos y durables, primero para la religión cristiana y también para el
género humano todo entero.
Muchas
veces Nos hemos esforzado en mantener y poner más a la luz del día esta forma
excelente de piedad que consiste en honrar al Sacratísimo Corazón de Jesús.
Seguimos en esto el ejemplo de Nuestros predecesores Inocencio XII, Benedicto
XIV, Clemente XIII, Pío VI, Pío VII y Pío IX. Esta era la finalidad especial de
Nuestro decreto publicado el 28 de junio del año 1889 y por el que elevamos a
rito de primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.
Pero
ahora soñamos en una forma de veneración más imponente aún, que pueda ser en
cierta manera la plenitud y la perfección de todos los homenajes que se
acostumbran a rendir al Corazón Sacratísimo. Confiamos que esta manifestación
de piedad sea muy agradable a Jesucristo Redentor.
Además,
no es la primera vez que el proyecto que anunciamos, sea puesto sobre el
tapete. En efecto, hace alrededor de 25 años, al acercarse la solemnidad del
segundo Centenario del día en que la bienaventurada Margarita María de Alacoque
había recibido de Dios la orden de propagar el culto al divino Corazón, hubo
muchas cartas apremiantes, que procedían no solamente de particulares, sino
también de obispos, que fueron enviadas en gran número, de todas partes y
dirigidas a Pío IX. Ellas pretendían obtener que el soberano Pontífice quisiera
consagrar al Sagrado Corazón de Jesús, todo el género humano. Se prefirió
entonces diferirlo, a fin de ir madurando más seriamente la decisión. A la
espera, ciertas ciudades recibieron la autorización de consagrarse por su
cuenta, si así lo deseaban y se prescribió una fórmula de consagración.
Habiendo sobrevenido ahora otros motivos, pensamos que ha llegado la hora de
culminar este proyecto.
Este
testimonio general y solemne de respeto y de piedad, se le debe a Jesucristo,
ya que es el Príncipe y el Maestro supremo. De verdad, su imperio se extiende
no solamente a las naciones que profesan la fe católica o a los hombres que,
por haber recibido en su día el bautismo, están unidos de derecho a la Iglesia,
aunque se mantengan alejados por sus opiniones erróneas o por un disentimiento
que les aparte de su ternura.
El
reino de Cristo también abraza a todos los hombres privados de la fe cristiana,
de suerte que la universalidad del género humano está realmente sumisa al poder
de Jesús. Quien es el Hijo Único de Dios Padre, que tiene la misma substancia
que El y que es “el esplendor de su gloria y figura de su substancia” (Hebreos
1:3), necesariamente lo posee todo en común con el Padre; tiene pues poder
soberano sobre todas las cosas. Por eso el Hijo de Dios dice de sí mismo por la
boca del profeta: “Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo… El
me ha dicho: Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré en
herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra” (Salmo 2: 6-8).
Por
estas palabras, Jesucristo declara que ha recibido de Dios el poder, ya sobre
la Iglesia, que viene figurada por la montaña de Sión, ya sobre el resto del
mundo hasta los límites más alejados. ¿Sobre qué base se apoya este soberano
poder? Se desprende claramente de estas palabras: “Tu eres mi Hijo.” Por esta
razón Jesucristo es el hijo del Rey del mundo que hereda todo poder; de ahí
estas palabras: “Yo te daré las naciones por herencia”. A estas palabras cabe
añadir aquellas otras análogas de san Pablo: “A quien constituyó heredero
universal.”
Pero
hay que recordar sobre todo que Jesucristo confirmó lo relativo a su imperio,
no sólo por los apóstoles o los profetas, sino por su propia boca. Al
gobernador romano que le preguntaba:” ¿Eres Rey tú?”, Él contestó sin vacilar:
“Tú lo has dicho: Yo soy rey!” ( San Juan 18:37) La grandeza de este poder y la
inmensidad infinita de este reino, están confirmados plenamente por las
palabras de Jesucristo a los Apóstoles: “Se me ha dado todo poder en el Cielo y
en la tierra.” (Mt 28:18). Si todo poder ha sido dado a Cristo, se deduce
necesariamente que su imperio debe ser soberano, absoluto, independiente de la
voluntad de cualquier otro ser, de suerte que ningún poder no pueda equipararse
al suyo. Y puesto que este imperio le ha sido dado en el cielo y sobre la
tierra, se requiere que ambos le estén sometidos.
Efectivamente,
El ejerció este derecho extraordinario, que le pertenecía, cuando envió a sus
apóstoles a propagar su doctrina, a reunir a todos los hombres en una sola
Iglesia por el bautismo de salvación, a fin de imponer leyes que nadie pudiera
desconocer sin poner en peligro su eterna salvación. Pero esto no es todo.
Jesucristo ordena no sólo en virtud de un derecho natural y como Hijo de Dios
sino también en virtud de un derecho adquirido. Pues “nos arrancó del poder de
las tinieblas” (Colos. 1:13) y también “se entregó a sí mismo para la Redención
de todos” (1 Tim 2:6).
No
solamente los católicos y aquellos que han recibido regularmente el bautismo
cristiano, sino todos los hombres y cada uno de ellos, se han convertido para
El “en pueblo adquirido.” (1 P 2:9). También san Agustín tiene razón al decir
sobre este punto: “¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El dio y
sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra. ¿Qué otro
objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál sino todas
las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio semejante!”
(Tract., XX in Joan.).
Santo
Tomás nos expone largamente porque los mismos infieles están sometidos al poder
de Jesucristo. Después de haberse preguntado si el poder judiciario de
Jesucristo se extendía a todos los hombres y de haber afirmado que la autoridad
judiciaria emana de la autoridad real, concluye netamente: “Todo está sumido a
Cristo en cuanto a la potencia, aunque no lo está todavía sometido en cuanto al
ejercicio mismo de esta potencia” (Santo Tomás, III Pars. q. 30, a.4.). Este poder de Cristo y este imperio sobre
los hombres, se ejercen por la verdad, la justicia y sobre todo por la caridad.
Pero en
esta doble base de su poder y de su dominación, Jesucristo nos permite, en su
benevolencia, añadir, si de nuestra parte estamos conformes, la consagración
voluntaria. Dios y Redentor a la vez, posee plenamente y de un modo perfecto,
todo lo que existe. Nosotros, por el contrario, somos tan pobres y tan
desprovistos de todo, que no tenemos nada que nos pertenezca y que podamos
ofrecerle en obsequio. No obstante, por su bondad y caridad soberanas, no rehúsa
nada que le ofrezcamos y que le consagremos lo que ya le pertenece, como si
fuera posesión nuestra. No sólo no rehúsa esta ofrenda, sino que la desea y la
pide: “Hijo mío, dame tu corazón!” Podemos pues serle enteramente agradables
con nuestra buena voluntad y el afecto de nuestra s almas. Consagrándonos a El,
no solamente reconocemos y aceptamos abiertamente su imperio con alegría, sino
que testimoniamos realmente que si lo que le ofrecemos nos perteneciera, se lo
ofreceríamos de todo corazón; así pedimos a Dios quiera recibir de nosotros estos
mismos objetos que ya le pertenecen de un modo absoluto. Esta es la eficacia
del acto del que estamos hablando, y este es el sentido de sus palabras.
Puesto
que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad
infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros,
es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así, es darse y
unirse a Jesucristo, pues los homenajes, señales de sumisión y de piedad que
uno ofrece al divino Corazón, son referidos realmente y en propiedad a Cristo
en persona.
Nos
exhortamos y animamos a todos los fieles a que realicen con fervor este acto de
piedad hacia el divino Corazón, al que ya conocen y aman de verdad. Deseamos
vivamente que se entreguen a esta manifestación, el mismo día, a fin de que los
sentimientos y los votos comunes de tantos millones de fieles sean presentados
al mismo tiempo en el templo celestial.
Pero,
¿podemos olvidar esa innumerable cantidad de hombres, sobre los que aún no ha
aparecido la luz de la verdad cristiana? Nos representamos y ocupamos el lugar
de Aquel que vino a salvar lo que estaba perdido y que vertió su sangre para la
salvación del género humano todo entero. Nos soñamos con asiduidad traer a la
vida verdadera a todos esos que yacen en las sombras de la muerte; para eso Nos
hemos enviado por todas partes a los mensajeros de Cristo, para instruirles. Y
ahora, deplorando su triste suerte, Nos los recomendamos con toda nuestra alma
y los consagramos, en cuanto depende de Nos, al Corazón Sacratísimo de Jesús.
De esta
manera, el acto de piedad que aconsejamos a todos, será útil a todos. Después
de haberlo realizado, los que conocen y aman a Cristo Jesús, sentirán crecer su
fe y su amor hacia El. Los que conociéndole, son remisos a seguir su ley y sus
preceptos, podrán obtener y avivar en su Sagrado Corazón la llama de la
caridad. Finalmente, imploramos a todos, con un esfuerzo unánime, la ayuda
celestial hacia los infortunados que están sumergidos en las tinieblas de la
superstición. Pediremos que Jesucristo, a Quien están sometidos “en cuanto a la
potencia”, les someta un día “en cuanto al ejercicio de esta potencia”. Y esto,
no solamente “en el siglo futuro, cuando impondrá su voluntad sobre todos los
seres recompensando a los unos y castigand o a los otros” (Santo Tomás, id,
ibidem.), sino aún en esta vida mortal, dándoles la fe y la santidad. Que
puedan honrar a Dios en la práctica de la virtud, tal como conviene, y buscar y
obtener la felicidad celeste y eterna.
Una
consagración así, aporta también a los Estados la esperanza de una situación
mejor, pues este acto de piedad puede establecer y fortalecer los lazos que
unen naturalmente los asuntos públicos con Dios. En estos últimos tiempos,
sobre todo, se ha erigido una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad
civil. En la constitución y administración de los Estados no se tiene en cuenta
para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la
religión no tenga ningún papel en la vida pública. Esta actitud desemboca en la
pretensión de suprimir en el pueblo la ley cristiana; si les fuera posible
hasta expulsarían a Dios de la misma tierra.
Siendo
los espíritus la presa de un orgullo tan insolente, ¿es que puede sorprender
que la mayor parte del género humano se debata en problemas tan profundos y
esté atacada por una resaca que no deja a nadie al abrigo del miedo y el
peligro? Fatalmente acontece que los fundamentos más sólidos del bien público,
se desmoronan cuando se ha dejado de lado, a la religión. Dios, para que sus enemigos
experimenten el castigo que habían provocado, les ha dejado a merced de sus
malas inclinaciones, de suerte que abandonándose a sus pasiones se entreguen a
una licencia excesiva.
De ahí
esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el mundo y que
Nos obligan a pedir el socorro de Aquel que puede evitarlos. ¿Y quién es éste
sino Jesucristo, Hijo Único de Dios, “pues ningún otro nombre le ha sido dado a
los hombres, bajo el Cielo, por el que seamos salvados” (Act 4:12). Hay que
recurrir, pues, al que es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
El
hombre ha errado: que vuelva a la senda recta de la verdad; las tinieblas han
invadido las almas, que esta oscuridad sea disipada por la luz de la verdad; la
muerte se ha enseñoreado de nosotros, conquistemos la vida. Entonces nos será
permitido sanar tantas heridas, veremos renacer con toda justicia la esperanza
en la antigua autoridad, los esplendores de la fe reaparecerán; las espadas
caerán, las armas se escaparán de nuestras manos cuando todos los hombres
acepten el imperio de Cristo y sometan con alegría, y cuando “toda lengua
profese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre” (Fil. 2:11).
En la
época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba oprimida bajo el
yugo de los Césares, un joven emperador percibió en el Cielo una cruz que
anunciaba y que preparaba una magnífica y próxima victoria. Hoy, tenemos aquí
otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: Es el Corazón
Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la cruz, y que brilla con un
magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras
esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres.
Finalmente,
no queremos pasar en silencio un motivo particular, es verdad, pero legítimo y
serio, que nos presiona a llevar a cabo esta manifestación. Y es que Dios,
autor de todos los bienes, Nos ha liberado de una enfermedad peligrosa. Nos
queremos recordar este beneficio y testimoniar públicamente Nuestra gratitud
para aumentar los homenajes rendidos al Sagrado Corazón.
Nos
decidimos en consecuencia, que el 9, el 10 y el 11 del mes de junio próximo, en
la iglesia de cada localidad y en la iglesia principal de cada ciudad, sean
recitadas unas oraciones determinadas. Cada uno de esos días, las Letanías del
Sagrado Corazón, aprobadas por nuestra autoridad, serán añadidas a las otras
invocaciones. El último día se recitará la fórmula de consagración que Nos os
hemos enviado, Venerables Hermanos, al mismo tiempo que estas cartas.
Como
prenda de los favores divinos y en testimonio de Nuestra Benevolencia, Nos
concedemos muy afectuosamente en el Señor la bendición Apostólica, a vosotros,
a vuestro clero y al pueblo que os está confiado.
Dado en Roma, el 25 de mayo de 1899,
el 22 de Nuestro Pontificado
León XIII, papa
La Consagración de
una persona, de una familia o de toda una población a Cristo Rey y Su
Sacratísimo Corazón es algo muy conveniente en todas las épocas, pero mucho
más, la de una nación en grave peligro de ser atacada por los enemigos de la
Religión Católica, como se encontraba México en la primera década del siglo XX.
Sus ancestrales enemigos querían introducir el comunismo de manera experimental
a un pueblo acendradamente católico; víctima ya, entonces, de más de un siglo
de ataques, contra su religión y su Iglesia, venidos todos desde sus numerosos
gobiernos masónicos, que uno tras otro, seguía las consignas de los gobiernos
yanquis para erradicar la Fe católica de los mexicanos en favor del protestantismo
y del materialismo ateo.
Pero, la
Misericordia de Dios dispuso que México fuera el tercer país en consagrarse al
Sagrado Corazón de Jesús hasta esa
fecha. Antes habían sido: la República
del Ecuador el 23 de marzo de 1873 por
iniciativa de su presidente el general Gabriel
García Moreno. Y la República de la
Argentina en 1884.
Una vez recibida en
México, la Carta pontificia, todas las Asociaciones Católicas en consonancia
con el Arzobispo José Ma. Mora y del Río, y todas las autoridades de la Iglesia
en México pusieron manos a la obra para a nuestra nación al Sagrado Corazón de
Jesús. Se convino la fecha de la Epifanía, 6
de enero de 1914 y la solemne Proclamación
de Cristo Rey para el 11 de ese
mismo mes de enero en la Catedral Metropolitana.
El 6 de enero de
1914 en la Iglesia del antiguo convento de San Francisco; los generales don
Ángel Ortiz Monasterio y don Eduardo Paz, en uniforme de gran gala, llevaron en
regios cojines de seda, la Corona y el Cetro que el Arzobispo José Ma. Mora y
del Río, pondría a los pies de Jesucristo
Rey.
El eminente
historiador monseñor Emilio Silva de Castro, en su libro: “La Virgen María de
Guadalupe Reina de México y Emperatriz de América” escribió refiriéndose al
gran acto ignorado por la mayoría de los católicos del siglo XXI: “Los males terribles que amenazaban a la
Patria, y que los fieles católicos trataban de evitar con esa proclamación, y
eran evidentes en las acciones de la Revolución satánica, judaica y masónica
mundial, en México encarnada en la revolución carrancista de 1913…..”
Esos males que
amenazaban a México a principios del siglo XX hubieran podido ser muchísimo
peores de lo que fueron si el país no se hubiese consagrado al Sacratísimo
Corazón de Jesucristo y proclamado Su Realeza.
También preparó los corazones del pueblo católico para soportar el
segundo embate de las fuerzas anticristianas, aún mayores, que se presentaron
diez años más tarde con la guerra Cristera, y que produjo tantos mártires por
defender la Realeza de Cristo.
Para finalizar este folleto, he encontrado algunas reflexiones
muy interesantes respecto a la conducta que los fieles católicos debemos seguir
en la lucha final que ya se avecina entre los fieles a Cristo y el poder de las
tinieblas. Son del Cardenal Luis Eduardo Pie de Poitiers, Francia quien vivió en la segunda mitad del siglo XIX.
REFLEXIONES
INSPIRADAS EN UN SERMÓN DE LOUIS-EDOUDARD PIE, CARDENAL DE POITIERS, FRANCIA,
EN OCASIÓN DEL ANIVERSARIO DE SAN EMILIANO, MARTIR. El 8 de noviembre de 1859.
En la lucha final, se
manifestarán los buenos y los malos, los valientes y los flojos, lo que quiere
decir: la división entre los elegidos y los réprobos, puesto que ni los malévolos ni los flojos entrarán
en el Reino de los Cielos.
“Felices, pues, los que nunca hayan vacilado entre el
campo de la verdad y el del error, felices los que, a partir de la primera
señal de guerra, se hayan alistado bajo el estandarte de Jesucristo. Es una
disposición acostumbrada de la Providencia, desde el alba de los tiempos que,
para castigar a los pueblos perversos, Dios se vale de otros más perversos
aún.”
“Jesucristo es Rey. Es Rey no solamente del Cielo, sino
también de la tierra, y le corresponde ejercer una verdadera y suprema realeza
sobre las sociedades humanas. Se acepta
a Jesucristo Redentor, a Jesucristo Salvador, a Jesucristo Sacerdote, pero de
Jesucristo Rey se aterrorizan”.
“Jesucristo está aún en la cuna y los Magos buscan al rey
de los judíos. Jesús está a la víspera de morir; Pilatos le pregunta: ¿Eres
pues, Rey? Tú lo has dicho, responde Jesús. Y la respuesta se hace con tal
acento de autoridad, que Pilatos, a pesar de todas las presiones de los judíos,
consagra la realeza de Jesús por una escritura pública en un cartel solemne.”
El Cardenal Pie
cita al célebre orador y exégeta del siglo XIX: Jacobo Benigno Bossuet:
“!Sentencia inmutable del Omnipotente¡ Que la realeza de
Jesucristo sea promulgada en lengua hebraica, que es la lengua del pueblo de
Dios; y en lengua griega, que es la lengua de los cultos y de los filósofos; y
en la lengua romana, que es la lengua del Imperio y del mundo, la lengua de los
conquistadores y de los políticos.”
“Acercaos ahora, oh judíos, herederos de las promesas; y
vosotros, oh griegos, inventores de las artes, y vosotros, oh romanos,
príncipes de la tierra; venid a leer este admirable signo; doblad la rodilla
delante de vuestro Rey”
La misión que les confiere tiene un carácter social, es
hacia los pueblos, los imperios, los soberanos y los legisladores.
Sigue el cardenal
Luis Eduardo Pie:
“El reinado de Cristo no se trata de una Teocracia, que
es gobierno temporal de una sociedad humana por una ley política divinamente
revelada y por una autoridad política sobrenaturalmente constituida.
Nuestro Señor Jesucristo no impuso ningún código político
a las naciones cristianas, ni Él mismo se encargó de designar jueces o reyes
del pueblo de la Nueva Alianza, con esto, se desprende que el cristianismo no
ofrece rastros de Teocracia”
En cambio el reinado del Anticristo sí será una auténtica
Teocracia, puesto que se hará adorar como jefe y árbitro de la contra religión
de un Estado-Dios mundial, neopagano y revolucionario”.
La Revolución es llamada en el Apocalípsis como “LA
BESTIA”. Con una rapidez de conquista,
esta potencia emancipada de Dios y de Su Cristo, ha subyugado casi todo a su
imperio, los hombres y las cosas, los tronos y las leyes, los príncipes y los pueblos.
Solamente una última trinchera le queda por subyugar: esta ES LA CONCIENCIA DE LOS CRISTIANOS.
Por los mil medios
de que dispone, ha conseguido engañar la opinión de un gran número, conmovido,
incluso, las opiniones de los sabios, no nada más en el ámbito de los hechos,
sino aún en el de los principios.
Cuantos son los
que han aceptado y firmado alianzas con ella. Algunos otros que persisten en
hacerle alguna oposición se acomodan a su opinión en cuanto al fondo de las
cosas. Ha llegado, para ella, el momento de realizar su asalto decisivo.
Recordamos la suprema tentación a que fue tentado
Jesucristo por el príncipe de este mundo, la Iglesia, por tanto, ¿ha sido
sometida ya a la misma prueba que su divino fundador?;
El Cardenal Pie se
pregunta:
“Gran Dios, ¿vendrá un día en la serie de los siglos en
que vuestra Iglesia será sometida a la misma prueba por el príncipe de este
mundo? ¿Se acercará a ella el poder del mal para decirle: Todas estas
posesiones terrestres, toda esta pompa y esta gloria exterior, te las daré, te
las conservaré, con tal que tú te inclines ante mí, con tal que sanciones mis
máximas y las adoptes, y que me rindas homenaje? Hermanos, la Iglesia, colocada
en las mismas condiciones que su Maestro, no podrá encontrar otra respuesta. ”
Hoy en día, la
tendencia de la Revolución es la misma, y su divisa es siempre la del populacho
deicida: Nolumus hunc regnare super nos. “No queremos que Cristo reine sobre nosotros”
“Nuestro deber, para nosotros que reconocemos a Cristo
como nuestro Rey, nosotros que decimos todos los días a Dios: “Santificado sea
tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como
en el Cielo”, nuestro deber es oponer toda nuestra energía a las invasiones de
esta potencia del mal.”
La lucha es
principalmente una lucha de doctrinas.
“Vuestra resistencia consistirá, pues, en mantener
vuestra inteligencia firme contra la seducción de todos los principios falsos y
mentirosos; y para esto formarán siempre su conciencia en la escuela de su fe,
en la escuela de la Iglesia, en la escuela de vuestros Pastores tradicionales.”
“¿Cuál es la más grande herida de la sociedad actual?, es
el deterioro de los caracteres, el reblandecimiento de las almas”
¿De dónde viene,
este síntoma tan grave?, sin duda, viene del
debilitamiento de la Fe. No se marcha con pié firme cuando se camina en la
oscuridad o en la penumbra.
“Nuestros abuelos buscaban en todas las cosas su
dirección en la enseñanza del Evangelio y de la Iglesia: nuestros padres
marchaban en pleno día. Sabían lo que querían, lo que rechazaban, lo que
amaban, lo que odiaban, a causa de ello, eran enérgicos en la acción”
En cambio: “Nosotros caminamos en la noche; no tenemos
ya nada por definido, nada decretado en el espíritu, y no nos damos cuenta del
objetivo hacia el cual tendemos”. Por
tanto somos débiles, vacilantes.
En vez de la clara luz del sí o del no, hay en el
entendimiento la niebla del quizás o del puede ser.
Hay en el alma del
hombre moderno una irremediable flojera para las cosas de la Fe. La
indiferencia en la religión ha traído con ella la Gran Apostasía, de que habla
San Pablo, previa al fin de los tiempos.
Ese catolicismo
edulcorado, empobrecido por doctrinas humanistas, de acercamiento sentimental a
todos los errores, que en este principio
del tercer mileno campea por doquier, y que encuentra aceptación de los sabios
modernos en consonancia con el católico común. No puede hacer frente a las
doctrinas del Anticristo. Los católicos actuales son pasto seco, preparado para
el fuego que arrasará sin remedio a la humanidad. Hoy más que nunca, la principal fuerza de los malévolos es la debilidad
de los buenos.
Solamente las
almas que se complacen y se deleitan en
su bautismo, elemento sobrenatural, que tienen la conciencia de la grandeza y
energía del mismo, están dotadas de un temple a toda prueba, son como de acero. Estas son las almas que piden a
Jesucristo que reine sobre la tierra. Ven ya Señor y purifícala.
Este pequeño resto,
que seguirá luchando contra “un imposible”, será la Iglesia visible de los
últimos tiempos esparcida por todo el mundo a nivel individual y doméstico,
casi sin pastores. Porque todos los demás habrán claudicado, traicionado a
Cristo, habrán aceptado la marca de la Bestia para sobrevivir con el mundo.
Este pequeño resto, serán los elegidos, por quienes
Nuestro Señor Jesucristo acortará los días del Anticristo, para venir en su
Parusía.
LUIS
OZDEN
Mayo de
2013.